feria taurina en el puerto

Manzanares sale a hombros en El Puerto

El diestro alicantino trinfa tras cuajar una bella faena al cuarto toro de la suelta y remonta una tarde aburrida

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Abría cartel El Cid que vio cómo el viento le levantaba el capote y le impedía estirarse a gusto a la verónica. El toro salió suelto del caballo y evidenció ya su mansedumbre. El trasteo del sevillano se debatió en una pugna permanente entre las imprevistas rachas de aire y la embestida poco entregada de su enemigo. Tras dos series en redondo tomó la franela con la mano izquierda, donde el animal acortó definitivamente sus acometidas y buscó con descaro las tablas. También frente al cuarto se esforzó El Cid sin alcanzar el toreo pulcro genuino, pero una vez más, se topa con la vibración de su oponente, con su desesperante ausencia de casta y fortaleza. Presentaba el de Salteras con ortodoxia la muleta, citaba bien colocado pero no servía de nada. Su enemigo carecía de raza para embestir. Tras dos pinchazos, una estocada trasera y un golpe de verduguillo puso fin a su labor.

Con cuatro verónicas airosas, sentidas, y con la suerte cargada, y el broche de una estética media, saludó Manzanares a su primero en terrenos del ocho, allí donde el viento mitiga su furia. Presentó buen tranco y fijeza en los engaños el toro durante los primeros tercios, pero perdió el poco gas de casta y de poder que poseía mucho antes de lo esperado. Por lo que tras dibujar dos series de derechazos ligados y cuajados, la faena de Manzanares no alcanzó la cima que ya se presumía. Tras una gran estocada el benévolo público portuense le felicitó la oreja. La lidia del quinto de la tarde trascurría soporífera, como un paréntesis de la nada dentro de la misma nada, donde ocurre como un fluir monótono y obligado, como una sucesión de escenas ya conocidas y programadas. La habitual lidia de un toro sin fuerza, sin celo y sin acometividad. Pero los amplios recursos toreros de Manzanares le permitieron esculpir tandas por ambos pitones y algunos pases de adorno plenos de enjundia, sabor y maestría. Peculiar estética no exenta de hondura y profundidad que cala enseguida en los tendidos. Obró Manzanares lo que parecía imposible:cuajar faena a un animal que, daba toda la impresión, no iba a tener ni un pase. La rúbrica de un perfecto volapié le permitió pasear las dos orejas de su enemigo.

Se presentó Miguel Ángel Perera con un lucida labor capotera a base de suaves y lentísimos lances a la verónica, en los que acompasó la dulce embestida que el toro regaló de salida. Tras un quite por tafalleras brindó el respetable la muerte de un animal que presentaba muha nobleza pero muy poca raza y ninguna agresividad. Varias acometidas cansinas constituyeron todo el bagaje de tan descastado animal, con el que el extremeño esbozó frustrados intentos de toreo ligado, que pronto dieron paso a su típico parón en cercanías. Terreno en el que consiguió circulares y circulares invertidos que fueron muy aplaudidos. Como excepción a la norma los tercios de varas y de banderillas en el sexto de la tarde se realizaron según mandan los cánones, lo que provocó el aplauso para todo el peonaje. Cierto recorrido y algo de intensidad en las embestidas presentó ese que cerraba plaza, circunstancia que aprovechó Perera para pasarlo con desigual fortuna en redondo, donde abundarían los enganchones sin acertar a medirle las distancias. Con el animal algo más parado ensayó el toreo al natural, con el que tampoco encontró el acople. Un feo bajonazo puso fin a una gris actuación.

Con Manzanares izado a hombros por los capitalistas bajo el umbral de la Puerta Grande se ponía colofón a un festejo del que el viento se había llevado muchas cosas. Hasta se llevó la casta, el poder, la fuerza y la transmisión que se le atribuyen a un toro bravo.