UNA ESPECIE EN VÍAS DE EXTINCIÓN
OPINIÓN Actualizado: GuardarLa única posibilidad de vigencia con que cuenta la fiesta de los toros de cara a un futuro no muy lejano radica en algo muy difícil de conseguir: que nunca se extinga la llama de la afición. Mientras haya personas que la ilusión aún se les desborde con la incertidumbre y el palpitar de una tarde de toros y que mantengan vivo el cariño y el respeto por esta tradición, la fiesta nunca se extinguirá. A pesar, incluso, de los continuos ultrajes y vilipendios que mediante campañas bien orquestadas viene sufriendo. Allí donde la fiesta se encuentra en alza y la afluencia a los cosos es numerosa no cabe plantear prohibiciones.
Pero los buenos aficionados cada vez son menos -constituyen una especie casi en vías de extinción- y el obligado relevo generacional no se produce. La irresponsabilidad con que han actuado durante décadas ciertos estamentos del espectáculo, para los que los verdaderos aficionados, con sus exigencias de pureza e integridad de la fiesta sólo constituían un estorbo, ya empieza a pasar factura.
Demasiados años con el toro disminuido y sin transmisión, de lidia monótona y soporífera, de pujantes ganaderías y buenos toreros siempre discriminados por no pertenecer al estrecho círculo del monopolio del poder y, por si faltara algo, de precios elevadísimos, inasequibles para los jóvenes.
«Los aficionados caben en un autobús», lapidaria frase que, hará unos veinte años, proclamó cierto torero de postín y que tan celebrada fue por tantos profesionales y empresarios. Los mismos a los que el negocio les iba de maravilla mientras expulsaban de las plazas a los que, con su fidelidad, conocimientos e ilusión, siempre dieron vida y continuidad a la fiesta. Los mismos que hoy, cuando ven de cerca las orejas del lobo, llaman a la unión de todos los sectores taurinos y hasta se desesperan en la búsqueda de ese autobús que antes despreciaron. Que se den prisa, antes de que acabe en el despiece.