Fantasías de agosto
Llegará un tiempo en que PSOE y PP acuerden detener ese eterno debate de qué somos
Actualizado:No sé hasta qué punto es verdad eso que dicen de que el hombre no es otra cosa que la suma de sus fantasías. Suena bien, ahora que la mayoría de los españoles disfruta de sus vacaciones. Puede que unos días de mar, montaña o pueblo sean también una fantasía. Más allá de lo fantasioso, uno aprovecha el descanso para imaginar. La imaginación es un territorio vecino de la fantasía, y probablemente sin una y otra no podríamos vivir.
Pero más allá de lo personal, que aquí interesa lo mismo que un terremoto en Marte, está lo colectivo. Incluso en agosto uno es capaz de imaginar y fantasear con otro país, otra política, otros políticos, otros ciudadanos. Y, ya puestos, con otros periodistas, con otros medios de comunicación.
No podemos pedir a la política lo que la propia vida no nos da, eso es hacer trampas. La política y quienes la hacen no están fuera de ella, aunque más de una vez parecen estar más pendientes del terremoto en Marte que del problema de un parado. Pero asumamos un reto: no nos hagamos más trampas en el solitario. Podemos seguir llenándonos la boca de democracia, vivir plácidamente entre partidos que proclaman sin rubor su desprecio por la democracia, y apelar a una ciudadanía que se mueve lentamente entre la abulia y la distancia.
La política ha tejido su propia historia y vive envuelta en sus ritmos, en sus arranques y, mayormente, en sus paradas. Los medios de comunicación, cada vez más atrincherados, hacen la política que querrían ver que hacen los que deberían hacerla. Y los ciudadanos, perplejos, viven instalados en la máxima derrotista que anuncia que todo puede ser peor. Cuesta poco reconocer que vivimos inmersos en una anormalidad democrática.
Pues muy bien. Llamemos a esto democracia. No sé si es imparable, pero percibo un sordo movimiento de renovación, que ha empezado en el deporte y tiende a afectar otras facetas. La política es una de ellas. Deberán decirlo los sociólogos, pero llegará un tiempo en el que los dos partidos llamados a gobernar España acuerden detener ese eterno debate de qué somos. Acuerden que el interés general está siempre más allá de las siglas. Acuerden que los nacionalismos son, todos y en su propia naturaleza, perversos. Que no hay grados de democracia en ellos, sino metas, objetivos y demandas en nombre de una palabrada revelada. Acuerden que los partidos necesitan una gran regeneración que se llama democracia. Que no pueden ser gobernados por el dedo bobalicón de quien manda.
El caso del PSOE madrileño es paradigmático: por encima de militancia y simpatizantes decide Zapatero. Un día, espero que cercano, dos nuevos dirigentes, uno del PSOE y otro del PP, harán verdad eso que decía el otro día Zapatero sobre si el pobre Tomás Gómez será o no el rival de Esperanza Aguirre: En caso de duda, democracia. Un día será verdad. Y como el hombre es la suma de todas sus fantasías, quiero pensar que ese día llegará pronto.