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«Si no lo mata él, lo habría hecho otro tarde o temprano»

M. D. G.
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Los nervios a flor de piel. Tensión, llantos y gritos. Rabia. También orgullo por el detenido y muchas justificaciones políticamente incorrectas, para una vía injustificable: matar. «Tiene dos cojones, ha hecho lo que muchos pensaban; y si no lo mata él, lo habría hecho otro tarde o temprano, porque el 'Guillermito' tenía atemorizado al pueblo».

Todo eso se vio, se sintió y se escuchó ayer a las puertas de los juzgados de Puerto Real, donde a lo largo de la mañana fueron llegando amigos, allegados y familiares de Luis G. S., con la intención de despedirse de él antes de que lo enviaran a prisión -eso lo daban por cierto- y para darle ánimos.

El detenido había entrado temprano -a las 9.30 horas-, cuando no había más que un pequeño grupo de familiares esperando. Llegó trasladado desde el cuartel de la Guardia Civil de Chiclana donde un día antes, a esa misma hora, se había entregado como culpable de la muerte de su cuñado.

«Fue allí donde se enteró que el otro chico había muerto; se pasó toda la noche caminando por las salinas para llegar al cuartel», se apresuró a defenderlo su abogado, Ildefonso Calvo, para mantener desde el principio que su cliente no había tratado de huir, sino que acudió voluntariamente a confesar. Un atenuante que quizá pueda reducir en el futuro la pena de prisión, ya sea condenado por asesinato o por homicidio.

Luis, de todas formas, debía de saber ya a lo que se enfrentaba. Era consciente de lo que había hecho y las consecuencias que acarrea. «Él está tranquilo; asume que ha quitado de en medio a un sinvergüenza», afirmaban en la puerta del juzgado. La figura violenta del fallecido, sus delitos y supuestas palizas, parecían ayer justificar, para muchos de los que esperaban a Luis, todo lo ocurrido el domingo: «Lo tenía destrozado, es normal que saltase; cuando a un perro le das una y otra vez, al final, muerde». «No hay mancha ninguna», tranquilizaba un hombre al padre del detenido, que se mostraba desesperado por el futuro de su hijo y el de su familia: «¿Qué le van a decir a mi nieto para explicarle donde está su padre?», temía.

Una jornada tensa

La jornada se esperaba tensa, dada la gravedad del crimen, por lo que se requirió la presencia de agentes de la Policía Nacional para evitar cualquier tipo de altercado. Sin embargo, no se cumplieron los peores temores: que acudieran amigos del fallecido con ánimos de venganza.

A esas horas de la mañana, los familiares de Guillermo Labrador Pozo le daban sepultura en el cementerio municipal de Puerto Real, en una tumba familiar cargada de coronas de flores. Un sepelio discreto, breve y, sin duda, rápido para una muerte violenta como ésta, pues ha tenido lugar apenas 40 horas después del tiroteo.

En los juzgados, mientras tanto, la declaración de Luis parecía alargarse, hasta que a las 14.30 horas lo condujeron esposado y rodeado de policías a un vehículo de la Guardia Civil. La veintena de amigos y familiares se lanzó entonces hacia él en un grito: «¡Dos cojones, tira para adelante!».

Alguno, incluso, le aconsejaba: «¡aprovecha y estudia!», mientras él se marchaba a la cárcel de Puerto II, donde esperará un juicio que -dada su confesión- podría no retrasarse demasiado.