Mercado y Constitución
Actualizado:Puede que al final lo consigamos. Lo vamos a conseguir. De hecho, lo estamos consiguiendo. Volveremos a la senda constitucional. Senda de la que últimamente nos estábamos apartando peligrosamente, pues ella marca claramente las reglas del juego, que siempre debe transcurrir «en el marco de la economía de mercado». Nos estábamos inclinando excesivamente, con eso de las políticas sociales, hacia «un orden económico y social justo», algo que, al fin y al cabo, sólo se contempla en nuestra Constitución con rango preambular, en el preámbulo, a modo de «desideratum», de aspiración, de deseo, pero que, lógicamente, debe atemperarse hasta el punto de no rebasar la garantía, reconocimiento y protección de «la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado» tal como se recoge en el artículo 38.
Ahora, gracias a la crisis, las cosas parece que van por buen camino, pues los beneficios empresariales comienzan a remontar, mientras que los salarios continúan adelgazando, las jornadas laborales engordando y las condiciones de trabajo haciéndose cada vez más exigentes para el currante. Es un buen síntoma este. Positivo para la productividad, un factor que, dice la Constitución, «los poderes públicos garantizan y protegen de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación». Por tanto, cuanto mayor sea la brecha entre estos dos parámetros -rendimientos del capital y rendimientos del trabajo- más inequívocamente estaremos dentro del canon de la economía de mercado y, por tanto, mejor encarrilados en la senda constitucional.
Nos cuesta asumir, a pesar de los continuos choques con la realidad, que la economía de mercado, por mucho maquillaje que se le quiera aplicar, es incompatible con «un orden económico y social justo». Hoy lo estamos comprobando, cuando el «orden económico y social justo» está siendo arrojado a la basura en todo el mundo en nombre de la economía de mercado. Consuela saber que los grandes emprendedores neoliberales, inspirándose, por ejemplo, en el paradigma económico chino, sabrán procesar y sacar provecho a tanto detritus como se acumula en las papeleras de reciclaje de nuestras democracias realmente existentes. Liberales, sí, pero con un creciente olor a basura y menos libres cada vez. Aunque, eso sí, siempre dentro de un orden, sea este justo o injusto. Mientras que no interfiera con «la planificación».