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Argentina se resigna al auge brasileño
Buenos Aires ve cómo toma el mando el país de Lula, que habla de hegemonía integradora
BUENOS AIRES. Actualizado: GuardarSi se le preguntara hoy a un argentino o a un brasileño por la tradicional rivalidad entre sus países, a ninguno se le ocurriría remontarse a épocas en que las dos mayores naciones sudamericanas pugnaban por ser potencia regional. Cualquiera que sea el interlocutor, hablarían de fútbol. Porque en los últimos años, la competencia entre Argentina y Brasil se ha reducido al deporte. Y aún en ese campo, los intereses se mezclan sin que esto sea percibido a simple vista.
La cervecera argentina Quilmes, una de las principales marcas que auspician a la selección albiceleste, fue adquirida en 2006 por la brasileña Ambev. Así, la cerveza que comenzó a elaborarse en estas tierras a fines del siglo XIX, que se erigió en la más popular y más vendida del país, es brasileña.
En los últimos años, gracias al empuje de empresas translatinas, Brasil se erigió en el primer inversor extranjero directo en Argentina. Con el explícito apoyo del Gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, que fomenta y financia esa expansión, los brasileños están en el negocio del cemento, el petróleo, la industria textil, el acero, la minería, la banca, los alimentos, el calzado y los cosméticos. Ya no son rivales, sino socios. Compran firmas, las amplían o abren nuevas fábricas. Por suerte para Argentina, que dejó de ser 'la niña bonita' latinoamericana.
Los capitales prefieren ahora a Brasil, el país de moda entre los emergentes. Según el informe de mayo de la Cepal (Comisión Económica para América Latina), es el principal receptor de inversión extranjera en la región, seguido por Chile, México y Colombia. Y es que la historia les hizo competidores, aunque ya no lo sean. Brasil hizo grandes progresos y Argentina retrocedió, o en el mejor de los casos, recuperó lo perdido. El primero está ganando la batalla a la desigualdad social, su mayor estigma, mientras que los argentinos apenas pueden frenar la caída en términos de desarrollo económico, indicadores sociales y educativos.
A la baja
Hasta mediados de los 70, Argentina era el país más desarrollado de Sudamérica, con una clase media pujante y educada, y casi pleno empleo. Desde entonces, la tendencia fue casi siempre descendente, con paréntesis en los que apenas hubo una recuperación. Pero nunca un desarrollo como el que se había alcanzado. En cambio, y de acuerdo a la Fundación Getulio Vargas, entre 2003 y 2009 la pobreza en Brasil cayó un 43%. En 2003 este país de 194 millones de habitantes tenía a 50 millones viviendo en la pobreza y ahora tiene menos de 30 millones. Pero el proceso de reducción de la desigualdad se acelera y para 2014, cuando el gigante latinoamericano sea sede de la Copa del Mundo, el número de pobres habrá caído a 15 millones y el 74% de la población integrará la franja de la clase media.
Para llegar a ese punto, el Gobierno Lula decidió transferir dinero a las familias más pobres cada mes. Pero además se crearon en este período cerca de 13 millones de empleos y se duplicó el salario mínimo. El presupuesto en educación se triplicó y el resultado es un mayor acceso de los hijos de familias sin recurso a la enseñanza secundaria y a cada vez más a la universidad.
Todos estos logros no hubieran sido posibles sin un marco de crecimiento e inserción en el mundo. Brasil, que este año crecerá un 7,5%, es hoy uno de los principales productores mundiales de alimentos y productos agropecuarios. En dos décadas duplicó su producción de granos y triplicó la de carne. Pero no es sólo eso. El 90% de la producción automotriz latinoamericana procede de territorio brasileño y de México y el 51% de la producción siderúrgica del país que aún preside Lula.
Brasil descubrió además que tiene una inmensa reserva de petróleo y gas bajo una capa de sal en el mar. Cuando comience a exportarlo entrará al selecto grupo de grandes productores de crudo. Pero a diferencia de los países que sólo venden el producto básico, Petrobrás desarrolló la tecnología para la exploración y explotación fuera de la costa.
Ante este panorama, la tradicional rivalidad con Argentina, que tuvo en los 70 incluso su capítulo nuclear, ha ido dejando paso a la cooperación. «No existe ninguna hipótesis en la que Brasil juegue solo», ha apuntado Lula. Hegemonía sí, pero basada en una sólida integración. Sin otras rivalidades que las deportivas.