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Álex, en primer término, junto a su traductor, Edu Salanias, y su compañero. Alexander Kerponka. :: L. R.
Rota

El barco varado, el ruso y su ángel de la guarda

Álex Ivazan salió del entuerto gracias a tres gruístas roteños y ahora busca empleo ayudado por un compatriota para poder regresar a casa El velero encallado en La Ballena fue liberado pero su dueño sigue en tierra

L. R.
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«Ya está pagado». El camarero se vuelve al mostrador de la cocina. A través de la ventana, al borde de los toldos, Álex saca una lata de su mochila. Con una media sonrisa despeja las dudas. Es tabaco de liar. El papel es pequeño, pero apenas cuatro caladas bastan para apaciguar los ánimos. Apura el cortado. Y repite el ritual del tabaco.

«Esto no es agradable». Edu Salanias, que se ha convertido en su intérprete y su gran apoyo, se encoge de hombros, a modo de excusa. «Es que ellos son de dos palabras». El pasado lunes, 80 días después del temporal que lo arrastró hasta la playa, fue al fin liberado el velero que quedó encallado en La Ballena. Pero la vida de Álex Ivazan continúa varada en Rota. Un destino que nunca planeó cuando partió junto a su padre con la ilusión de hacer el viaje de sus vidas. «Contrataron a un capitán que supuestamente entendía de navegación. Pero ya ves que no llevaban ni 200 millas recorridas cuando encalló el velero».

Edu saca de la cartera una servilleta doblada e insiste. «Son los nombres de los roteños que les ayudaron: David Florido, Manuel Chaves y Mario Ortega. No tuvo que pagar nada. Lo único que necesitaba este hombre era un traductor». Cuando la travesía se truncó, Álex mandó a su padre de regreso a casa. «Es que tiene 70 años. Buscó ayuda allí. Y vino él». Un chico de apenas veinte años, Alexander Kerponka, es el nuevo compañero de fatigas. «El otro, Igor el capitán, cogió dinero y se largó cuando el barco estuvo fuera». Una sombra de hastío cubre los rasgos de Álex: nariz redondeada, ojos oscuros y pelo rizado, delatan su mezcla ruso-israelí. Varias familias desayunan en la cantina del muelle. Junto a las mesas, los tiestos de la playa. «Aquí está prohibido pasar». El barco se encuentra en las dependencias de la Empresa Pública de Puertos de Andalucía. «Esto lo tienen que autorizar en Sevilla».

«Ellos no entienden nada. Pagan doce euros por tener ahí el velero y no pueden pasar». Pero Álex elude discutir. Sólo piensa en buscar trabajo, reparar el barco y reunir dinero suficiente para regresar a casa. En Bremen (Alemania) le esperan su esposa y sus dos hijos. «Quiere que pongas que busca un buen capitán. No quiere dejar el velero».