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Opinion

Mentiras, toros y democracia

La tauromaquia es una ceremonia, un ritual. Es lo que no han entendido en el Parlamento de Cataluña

SANSÓNFÉLIX MADERO
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En la plaza de Las Ventas del Espíritu Santo, en Madrid, cuando un toro se comporta como una sardina o recuerda a un gato con cuernos, la afición se levanta de su asiento y grita a la autoridad: ¡Manos arriba, esto es un atraco! Por lo general la autoridad mira a otro sitio. Ocurre luego que el burel no es tal, flojea por delante, se cae, siente el palo del varilarguero, huye, se espanta nada más mover la tela el diestro, no quiere estar allí. Y el público, dale que dale, sigue con su particular retahíla, que manos arriba, que esto es un atraco. Y así hasta que ayer llegó lo último en el Parlament.

Los abolicionistas que llegaron tarde al grito del 68 de «prohibido prohibir», los que rasgan con la tijera de los votos las costuras que unen a Cataluña con España, los que creen que han ganado la batalla y la guerra, los que odian todo aquello que ignoran acaban de conseguir una victoria. O mejor, la victoria estratégica, que es -vaya por Dios-, como Fidel Castro ha titulado su último libro. Casualidades.

Soy aficionado. Me gustan los toros porque en ellos he encontrado un golpe de arte que mi memoria jamás olvida. Para eso he tenido que ver muchas, muchas corridas. Y he salido de los cosos aburrido y decepcionado. Deploro como el que más una faena sangrienta y larga. Que lo sea no quita para que comprenda que la sangre derramada conmueve y humilla a los hombres. Pero qué le voy a hacer, es una contradicción que tiene bastante más fundamento que el voto del diputado contra los toros porque no sabe o no puede hacerlo contra España. En política, como en los toros, las sensaciones cuentan, y cuando ayer escuché los aplausos victoriosos de los diputados abolicionistas sentí que lo que menos les importa es el toro.

Los toros no son una fiesta. Nunca fui a una plaza a comer, ni a beber, ni a fumar. Fui y sigo yendo, cada vez menos, como voy a un museo. Los toros no son una fiesta, ni una Fiesta Nacional, porque toros hay en Francia y México. La tauromaquia es un ritual, una ceremonia. Voy a la plaza a ver, pero sobre todo a sentir. Eso es lo que no han entendido en el Parlamento de Cataluña. Ya no tengo ganas de poner sobre la mesa mi colección de estampas: aquí Goya, aquí Picasso, Lorca, Bergamín, Caballero Bonald, Alberti, Chaves Nogales.No, miren, me rindo. Me he rendido ante los votos, pero me cuesta llamar democracia a una votación en la que el toro, principio y final de la ceremonia, ha estado tan poco presente.

La democracia tiene también su particular ritual, hay mañanas en que al ruedo del Parlament sale un toro burriciego y despistado que sus señorías aplauden como noble y bravo. Esas confusiones se terminan pagando. Sobre todo cuando el pueblo se pueda expresar. No se impacienten, que queda muy poco. Y toros bravos siempre hay en la dehesa.