La letra con sangre entra
Actualizado:Ocurrió hace bien poco en un centro de enseñanza de la Bahía cuyo nombre no quisiera recordar. Una frágil muchachita de 16 años sufrió de forma continuada el violento acoso de un grupo de compañeras cuyas palizas sólo podía eludir entregando sumas de dinero que obtenía de sus padres con la disculpa de estar ahorrando para comprar un equipo informático. Cuando el asunto se reveló, los responsables del instituto dieron carpetazo al expediente mediante meras reprimendas para finalmente otorgar altas calificaciones a las acosadoras y un sonoro suspenso a la víctima a cuyos padres culpabilizaron por permitir a la niña manejar tamaño monetario. Por esos tiempos tuve que usar de mi oficio para reparar las patologías de una construcción escolar. Me acompañaban el director y algunos profesores en el recorrido hacia la zona dañada encontrando un pasillo obstruido por alumnos que fumaban tendidos en el suelo. La autoridad académica no pudo disolver la barrera: «Anda ya pelmas, dad la vuelta» fue lo más moderado que escuché a los chicos. Estas anécdotas, ojalá que relativamente aisladas, reflejan sufrimientos por ambas partes de la comunidad escolar: la discente y la docente. No creo que muestren justamente el panorama pero no dejan de ser preocupantes.
En los años cincuenta este país presentaba la mayor tasa de analfabetismo de la Europa Occidental. Una tierra en la cual ocho siglos antes un rey castellano, Alfonso X, dejó escrito: «Quemad viejos leños, / bebed viejos vinos, / leed viejos libros, / tened viejos amigos». Sin embargo, años antes de la revolución cibernética, los poemas de Machado y la ley de Boyle-Mariotte ya habían llegado al más alejado confín de nuestra accidentada geografía. Pero ningún progreso se produce sin generar contradicciones; los libros nos hacen más libres, pero aún así llevamos dentro el mal en forma de mediocridad, y «de gusto vulgar», como apostillaría Cernuda. La primera de las anécdotas prueba cómo «lo que natura no da, Salamanca no empresta». Y esa reflexión nos conduce a los efectos de la masificación en la Universidad. En especial la Ley Villar Palasí que hizo universitarios todos los estudios pos-secundarios, transformando el Templo del Saber y de la Investigación en una expendiduría de títulos, ceremonia de la confusión entre los conocimientos científicos y la formación profesional. El viejo catedrático don Antonio Bonet Correa difundía una peculiar teoría: Franco odiaba a la Universidad porque él no era universitario y ésta le fue siempre hostil; al final descubrió que la mejor manera de destruirla era masificarla.