Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Editorial

Blanco y el poder de decisión

Actualizado:

De un tiempo a esta parte, algunos insignes intelectuales han realizado discretas pero firmes llamadas de atención a una clase política que, en los últimos años -desde el cambio de milenio hasta hoy- ha entrado en una vorágine de crispación y manifestaciones de enemistad, que hace temer por el buen fin de esta magnífica democracia. Y ante la mala acogida que ha recibido en Cataluña la sentencia del Constitucional sobre el nuevo Estatuto, alguna voz había reclamado incluso que, ante este grave asunto de Estado, la Corona ejerciese su función moderadora y manifestase su posición. Y ayer, en la ofrenda nacional al Apóstol Santiago, un acto institucional de contenido sustancialmente protocolario, don Juan Carlos quiso aprovechar la coyuntura para lanzar, entre la prosa retórica, algunos mensajes pertinentes y clarificadores. El principal, sin duda, que engarza con aquella preocupación de las esferas intelectuales, consistió en recordar que, «gracias a la voluntad de entendimiento y esfuerzo de todos, nuestro país ha forjado en las últimas décadas una de las etapas más fecundas de su Historia, la más larga en términos de democracia y libertad, con una moderna articulación territorial, al tiempo que la más intensa en crecimiento económico y libertad». Sería, pues, sensato -y ésta fue la petición al Apóstol- «conservar y mejorar día a día lo mucho que hemos conseguido, así como a promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto [.] para reforzar los pilares de nuestra convivencia en libertad en torno a las reglas y principios que nos hemos querido dar». La llamada a desarrollar la convivencia mediante el diálogo y el respeto en el marco constitucional es bien expresiva. El jefe del Estado manifestó asimismo deseos de que se incremente la solidaridad entre nuestras comunidades autónomas, «que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos». Y pidió a los políticos servir «con generosidad al interés general». La Corona, en fin, aboga por preservar los frutos de nuestro magnífico desarrollo democrático, reducir la agria discrepancia mediante el diálogo constructivo y devolver a la política su magnanimidad perdida. De nuevo, el Rey acierta en el desempeño de su misión.

La imagen de José Blanco, el lugarteniente que acompañó a Rodríguez Zapatero hasta La Moncloa, era la de un político astuto y eficaz, un 'apparatchik' capaz de mantener férreamente disciplinado al partido. Pero desde que fue nombrado ministro de Fomento en abril de 2009, se ha convertido en un gestor altamente ejecutivo, capaz de afrontar con decisión los problemas y de plantear con descarnada crudeza la realidad de nuestra situación. Poco después de su reciente comparecencia parlamentaria, en la que explicó el severo recorte de su Departamento, explicó que «gobernar es tomar decisiones» que, cuando se explican «con transparencia, equidad y honestidad», son más fáciles de comprender. «No podemos pedir a los ciudadanos un esfuerzo en pensiones o salarios y no apretarnos el cinturón en obra pública». El malestar suscitado por la ruptura de ciertas expectativas se hace más llevadero cuando se justifica con realismo. Blanco se ha enfrentado también con energía al corporativismo de los controladores aéreos y, en breve plazo, planteará su plan de establecer nuevos peajes por el uso de ciertas infraestructuras. Tener sentido del Estado -cuenta Ortega que Mirabeau le dijo a Talleyrand- es tener el coraje de ser impopular.