EL MAESTRO LIENDRE

Todo el mundo tiene culo

¿Para llegar a la naturalidad son precisos los numeritos de nudistas o los insultos a las mujeres que practicaban top-less?

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Recuerdo a pioneras del top-less que casi llegan a las manos con señoras entradas en años, en carnes y en un bañador de cuerpo entero. Irían mediados los años 80. Como lo primero que aprendemos en otros idiomas son los tacos, tengo grabada la imagen de varias mujeres mayores en la Caleta gritándole «putana» a dos chicas en tetas que optaron por contestar. Se lió.

A cualquiera que pasee ahora por la Victoria, u otra playa urbana y familiar de la provincia, ese episodio le parecerá impensable y anacrónico. Afortunadamente, el top-less se ha normalizado hasta convertirse en una práctica en la que nadie repara, lo que supone el mejor síntoma de la superación de una barrera mental. Pero parece que todavía quedan otras.

Hace unos días, una amiga me lo explicó claramente. Domingo de junio. Lavapiés atestados en la esquina del Canadá y el Savoy, justo bajo el hotel Playa Victoria. Colas. Gentío. Una chica, joven, con una braga mínima (me niego a usar diminutivos por obligación), con el pecho al aire, llega a las duchas. Nadie la mira. Ella no mira a nadie. Mi amiga, ex practicante, me destapa la contradicción.

La chica se ducha a 15 metros de cuatro terrazas atestadas, en las que hay varios centenares de personas. Nadie la mira. Ella no mira a nadie. Nadie repara en nadie. Si esa chica cruzara de una acera a otra del Paseo Marítimo, su inapreciable ducha se convertiría en escándalo público.

Si paseara solo con esa braga entre las mesas del bar, el oprobio. Si se ducha con idéntico atuendo unos metros frente a las mismas mesas, normalidad. Ese episodio, visible cien veces al día, describe mejor que cualquier sesudo texto que el desnudo está regido por caprichosas fronteras sociales y mentales.

Los tres naturistas (tres entre 300.000 tapados) que se colocaron en mitad de la Victoria el pasado domingo las rompieron. Comparto con ellos que no debiera existir esa linde, pero aún está y la sobrepasaron. Y lo hicieron con aviso previo a las cámaras, con premeditación e intención, con lo que su gesto se convierte en provocación, algo que nunca podría decirse de una persona que llegara y se despelotara sin más. Ese nudista improvisado merecería más respeto, al menos el mío, pero -no nos engañemos- recibiría idéntico rechazo.

Es una norma social establecida (en general, la compartamos o no) que si te pones en bolas en una playa de estas urbanas, en las orillas que están dentro de pueblos y ciudades, en pleno verano, vas a tener una pelotera. Estoy con los nudistas en que esa frontera debiera cuestionarse. Ojalá pronto caiga como cayó la parte de arriba del bikini, sin que ahora nadie le eche cuenta.

La gran duda reside en saber si esa convivencia natural del bañador y el desnudo (tan simple y vulgar que todos tenemos uno) podrá llegar algún día mediante el simple diálogo. Sería triste pensar que, para conseguir que cada cual vaya como quiera, son necesarios numeritos como el del domingo o tragos como los que pasaron las mujeres que hace 20 años se enfrentaron a un insulto por mostrar algo tan común como dos tetas.

La gris conclusión es que este nuevo problema (?) no existía hasta que se movió. Casi todos hemos convivido con algunos nudistas en Cortadura, Conil o Los Caños. Y nada. Pero, qué bochorno, todavía provocan escenas propias de 'Pepito Piscinas', corros de risitas e inexplicable asombro, cuando aparecen en orillas 'convencionales'. Avergüenza que un desnudo playero aún sea noticia, y de portada. Que todavía pueda ser usado como arma arrojadiza por presuntos apóstoles de la libertad y la progresía. Muchos pensábamos que la disputa no existía pero tras la foto puede que, finalmente, tengamos otro pequeño asunto del que hablar.

Eso sí, discutamos entre adultos. Que nadie meta a supuestos niños escandalizados en todo esto. No sé los demás, pero mis hijos y los de mis amigos jamás reparan en ningún pecho al aire, nalga suelta o cuerpo alguno, tapado, descubierto, joven, viejo, bello, hirsuto, depilado, pellejudo, bronce o lechoso.

Para ellos, cuando la teta deja de ser alimiento, no es nada. Al menos, hasta la pubertad. No reparan en genitales ni órganos que su mente, aún por corromper, considera aburridos por universales. No son rivales para cangrejos, olas, pelota y cubito. Si nadie les oculta los cuerpos desnudos ni los convierte en un falso misterio, carecen del menor interés.

Seamos los adultos, ya con mirada sucia, los que discutamos cómo, cuándo y dónde. A ver si, mientras lo hacemos, pasa lo que ya sucedió con el top-less, que el debate desaparece por insignificante.