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Los hombres no escuchan

No es casual que, a medida que aumentan los divorcios, florezcan las escuelas de baile

IRENE LOZANO
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El problema del mundo es que no escucha. Y menos que nadie, los hombres. Ellos han dominado siempre el mundo, y dominar consiste en ser más que el otro. En cambio, escuchar al otro es dejarle ser, como dice mi masajista de reiki. Para el hombre, hablar es mantener el control; y escuchar, estar subyugado. De ahí que los manuales de liderazgo siempre incluyan un capítulo sobre cómo hablar y no sobre el arte de escuchar. En privado sucede lo mismo. A los hombres antiguos no había más que verlos bailando para darse cuenta de que no escuchaban. Movían el cuerpo como si esperaran que la canción les siguiera el ritmo a ellos. No escuchaban ni en la pista, ni en la cena, ni en la cama. Con razón decían las abuelas que el matrimonio era una lotería: hasta que no pasabas por el altar y te encamabas con tu marido, no sabías si tenía buen oído para percibir tu felicidad. Y como resultara que no, ya podías limarte bien las uñas el resto de tu vida. Ahora el matrimonio se ha achicado por delante y por detrás: la gente no se mete tan pronto y escapa mucho antes. Esto ha hecho a los hombres comprender la necesidad de abrirse de orejas. No es casual que, a medida que aumentan los divorcios, florezcan también las escuelas de baile. Los hombres ya van queriendo manejar el tímpano de forma multidisciplinar.

Por eso me desazona tanto que, justo ahora, la profesión escuchadora por excelencia haya decido taponarse los oídos. Me refiero al periodismo, claro. Habrán leído el caso de Shirley Sherrod, una funcionaria del Departamento de Agricultura americano, negra para más señas, que acaba de ser víctima de la perversión política y la sordera periodística. Una web de extrema derecha reprodujo una frase de ella que, oportunamente descontextualizada, la hacía pasar por una desagradable racista discriminando a un granjero blanco. En realidad, el discurso de Sherrod explicaba la quintaesencia de la no discriminación, diciendo a los granjeros que sus problemas eran comunes al margen de su color de piel. Pero la falsedad se difundió en la web y las cadenas de televisión -particularmente la Fox-, así como en algunos periódicos. Y la funcionaria fue destituida. Tal vez desde el punto de vista político lo peor sea la mentira de origen, pero para un periodista resulta frustrante que nadie escuchara la versión de Sherrod, ni se molestara en leer su discurso íntegro o llamarla por teléfono. Si el periodismo deja de escuchar a los demás, que es lo que ha hecho siempre, precipitará su muerte. Como aquel Beethoven sordo aporreando su piano.