Diez años de Zapatero
En sus horas más bajas, el presidente depende de la evolución de la crisis
Actualizado: GuardarEl PSOE conmemoró ayer con alarde el décimo aniversario de la elección de Rodríguez Zapatero como secretario general; el propio líder pronunció ante los suyos una arenga en defensa del camino recorrido y de estímulo para el futuro: «No estamos tan mal como parece». Algún crítico aseguró tras el colosal ajuste que ha afectado a las pensiones y a los sueldos de los funcionarios que ZP había muerto -el ZP del buenismo y del optimismo antropológico, evidentemente- y es probable que, en efecto, se hayan sentido muy decepcionados con estas medidas los partidarios de aquella mística radical; sin embargo, es lógico que aplaudan al líder sus partidarios, que, después de la travesía del desierto que comenzó en 1996, se han visto aupados de nuevo de la mano de un estratega eficaz, convencido de su buena suerte, que los llevó nuevamente al Gobierno en 2004 en la estela de los trágicos atentados del 11-M. El balance de esta década es agridulce. Rodríguez Zapatero, el hombre gris del talante, el diálogo y la tolerancia, ha gobernado aseadamente en el día a día y, adscrito inicialmente al pensamiento débil del republicanismo cívico, ha llevado a cabo reformas apreciables en lo social que han ampliado derechos y modernizado el país. Sin embargo, le ha faltado envergadura en las cuestiones más arduas. El 'proceso de paz', que generó una crispada tormenta política, terminó en dramático fracaso; el Estatuto catalán que patrocinó está teniendo consecuencias devastadoras sobre el encaje de Cataluña en el Estado, y la obstinada negativa a reconocer la crisis cuando se cernía ya su sombra amenazadora ha dificultado la respuesta y ha obligado al presidente del Gobierno a clamorosas rectificaciones que han acentuado su desgaste. Es obvio que falta perspectiva histórica para un juicio definitivo; hoy, Rodríguez Zapatero se encuentra en sus horas más bajas de popularidad y prestigio, pero al cabo su recuperación o no dependerá de la evolución de la crisis. Nuestra política es mediocre y corta de miras -los intelectuales empiezan a denunciarlo con preocupación-, y tampoco es extraño que los más encumbrados estén lejos de esa categoría excelsa de los verdaderos estadistas que tanto han escaseado en nuestra breve historia democrática.