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Opinion

Cataluña ya no es un problema

Rajoy denuncia que el problema catalán es Zapatero, y Zapatero denuncia que el problema catalán es Rajoy

TEODORO LEÓN GROSS
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Asombrosamente Rajoy se dejó derrotar hace una semana en el Debate sobre el estado de la Nación, o al menos, renunció a ganar, para escabullirse del espinoso enredo del 'Estatut'. Hasta ese momento, Rajoy había propinado una durísima paliza a Zapatero, con un discurso quirúrgico sobre la crisis y la inconsistencia del presidente, colocándolo ante el espejo cruel de la hemeroteca con dinamita retórica. Y cuando éste parecía literalmente grogui, al borde de la cuenta atrás, se encontró ese flanco descubierto y remontó mientras Rajoy rehuía el cuerpo a cuerpo dejándose golpear en sus contradicciones y evasivas vergonzantes sobre el 'Estatut', por el que había pasado de puntillas para no verse salpicado por el río de lava tras la sentencia volcánica del Constitucional. Para cualquier espectador debió de resultar asombroso cómo el orador rocoso de una hora antes, ejecutor implacable de un discurso que parecía un pelotón de fusilamiento documental, se dejaba golpear con esa pasividad. Y sin embargo lo ocurrido parece simple: un cálculo electoral de sus cabezas de huevo, concluyendo que el desgaste será mínimo en su electorado conservador de alta fidelidad y en cambio dará margen para alianzas con algún socio nacionalista. Así que Rajoy aguantó el bochornoso chorreo del presidente sobre su volubilidad y su silencio cobarde. El plan era perder para ganar. Electoralmente, claro.

La situación ha cambiado: Rajoy denuncia que el problema catalán es Zapatero, y Zapatero denuncia que el problema catalán es Rajoy. Así pues, de facto ha desaparecido el problema catalán. Ahora ya no les interesa la constitucionalidad, la identidad nacional, las bilateralidades asimétricas o la discriminación del español; solo disputarse a cara de perro cuál sufre una demonización más abrasiva ante la sociedad catalana. De hecho Rajoy acaba de repetir en Sitges que hay que respetar los sentimientos bla bla bla, olvidada ya su enmienda a la totalidad, y Zapatero insiste en que este caos es el peaje por el dogmatismo de la derecha, como si las inconstitucionalidades del texto fuesen sólo una anécdota. Naturalmente esto tiene efectos colaterales. Los nacionalistas acusan a ambos de «castrar» a Cataluña, recuperando el victimismo del que se nutre el nacionalismo, como advertía Maalouf en 'Identidades asesinas'. Pero Zapatero y Rajoy prefieren renunciar al 'patriotismo constitucional' porque aquí ya no se trata de valores sino de la calculadora electoral. Y al menos Zapatero es el de siempre, con esa delicuescencia tan posmoderna del 'pensamiento débil', pero para Rajoy es un caso impúdico de travestismo político. Vaya cosa. Al final Rajoy ha decidido ser como Zapatero. Quizá también él asume que es el camino del éxito.