LA SUERTE O LA MUERTE
Actualizado: GuardarLa única inmortalidad que se les concede a los toros está condicionada a haber matado al matador. Sólo algunos la consiguen y entran en el Cossío. Julio Aparicio por muy poco no le facilitó a 'Opíparo' que entrara en el catálogo donde constan los nombres de los que bautizan en las dehesas los mayorales, antes de que empiecen a cornear los tréboles. 'Bailaor', 'Islero', entre otros muchos, enlutaron su nombre a la vez que lo hicieron memorable. Si Federico García Lorca omite el alias del toro que mató a Ignacio Sánchez Mejías, fue sólo porque se llamaba 'Granadino'. Los paisanos, aunque pertenezcan al reino llamado animal siguen siendo paisanos.
A Julio Aparicio se le apareció la muerte por la boca. No quiso tragársela aquel viernes 21 de mayo. Pasó a la Unidad de Cuidados Intensivos y salió después, sin habla, pero con su invicto corazón dispuesto a jugarse de nuevo la vida a esa doble carta de la suerte o la muerte. La fotografía de la monstruosa cornada salió en todos los periódicos y en todas las televisiones del mundo. Incluso fue portada del 'The New York Post'. Hay que reconocer que nosotros los aficionados, aunque algunos lo seamos con reproches morales, como yo, dejaríamos de ir a las plazas si los toros estuvieran embolados. Si burlar lo que Quevedo llamó «la furia armada» no entrañase peligro, sólo sería una crueldad y un abuso.
Habría que pagar sólo por ver vestirse de torero a este muchacho. Me importan poco los enredos bursátiles que han sobrevenido después de la cogida, el cambio de apoderado, el aumento de su tarifa y el precio que hubiera tenido que pagar por la publicidad al ver reproducida su imagen con la muerte enroscada al cuello. Lo importante es que ha recuperado la voz y el valor para seguir vistiéndose de luces. Que Dios reparta la suerte, que él ya ha consumido la suya.