OPINIÓN

HARTO DE QUE ME LLAMEN DE TODO

Dediquemos la subvención de los palcos a actividades necesarias para la Iglesia diocesana y tendremos libertad

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Sinvergüenza, insolidario, vejador, discriminador. Estos han sido algunos de los adjetivos con los que hemos sido calificados, una vez más, los hermanos mayores, tras el pleno de la Unión de Hermandades que se celebró ayer. ¿Esta vez por qué? Pues por el maldito tema del reparto de los excedentes de ingresos del ejercicio que ha dado de nuevo pie a la protesta de algunas hermandades que creen que tienen el derecho a recibir alguna cantidad pese a reiterados acuerdos del Pleno en sentido contrario.

La verdad es que tiene guasa que se hable y califique en tono demagógico y tan fácilmente desde la falta de profundización y, desgraciadamente, con bastante desconocimiento. El tema no es tan sencillo, ni tan fácil, pero por lo visto hay quién, acuciado por no contar ni con ingresos y en algunos casos hasta casi sin hermanos, pretende despacharlo con la simpleza de «igual cantidad de dinero para todas las hermandades que estén inscritas en la Unión de Hermandades». Y esto, señores, también es, en sí mismo, una injusticia. Pero vayamos por partes.

Hasta ahora la única filosofía imperante ha sido la de que los ingresos se repartan entre las hermandades que los generan con su participación en la Semana Santa. Y esta filosofía se ha desarrollado con escasos cambios durante cincuenta años. Inicialmente existía una fórmula de reparto que diferenciaba si la hermandad sacaba uno o dos pasos a la calle, si llevaba banda de música o no, etc. Intentaba ser lo más equitativo posible en razón a los gastos que originaba a cada hermandad su estación de penitencia. No sé cuándo se decidió que la distribución del dinero proveniente de las sillas y palcos de nuestra Semana Santa se repartiera entre todas las hermandades que realizaban estación de penitencia de forma igualitaria, con independencia del número de pasos, de los gastos ocasionados, etc. La verdad es que era tan poco el dinero que se repartía que entonces daba un poco igual porque las diferencias eran escasas. Con las sucesivas ampliaciones de la carrera oficial, el escaso importe que se cobraba ha evolucionado de manera muy importante y significativa. Pese a ello, se ha mantenido la situación de reparto igualitario, por lo que, de acuerdo a la filosofía inicial, ahora ya estamos en una clara situación de injusticia. Pero, además, esta circunstancia del incremento de dinero es la que ha hecho saltar a las hermandades que se sienten «discriminadas».

Pues bien, vamos a ser justos. Vamos a establecer un criterio de reparto razonable. Veamos qué hemos de tener en cuenta como mínimo. Si lo hacemos planteando una filosofía de reparto en base a la realización de cultos externos, las hermandades de penitencia que realizan su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral (incluyo Humildad y Paciencia y la Paz), debería tener en cuenta el número de pasos, las bandas, el número real de nazarenos y el cuerpo de acólitos y número que los componen. En este caso todo se iguala porque todos vamos vestidos de nazarenos, hacemos idénticas estaciones de penitencia, etc. lo que no sucede en otros casos como veremos.

Ahora no se da el caso de hermandades que no realizan su estación de penitencia, pero es posible en cualquier momento y como ya ha pasado (Humildad y Paciencia), por lo que habrá que tener previsto si se incluye o no en el reparto. Por supuesto, y en base a lo que veremos más adelante, habrá que tenerse en cuenta a la hora de un reparto justo si estas hermandades realizan algún otro tipo de culto externo con los consiguientes gastos que ello conlleva, como un Vía - Crucis o algún tipo de culto exterior con sus titulares (Rosario de la Aurora de las Angustias, por ejemplo, al que acuden muchos más hermanos y personas que a algunas procesiones de hermandades de gloria), traslados (obligados o no), coronaciones, conmemoraciones, etc., tan de moda en los últimos años o procesiones con titulares de gloria (Consuelo con Santa Ángela, por ejemplo, que arrastra a un montón de niños y menos niños por las calles del barrio, y también y por supuesto, mucha más gente que algunas hermandades de gloria).

Si hablamos de hermandades sacramentales las hay fusionadas con una de penitencia que organizan una procesión con el Santísimo. Estarán ustedes conmigo que habrá que tener en cuenta los gastos que la procesión genera y habrá que valorar en este caso, además, qué se entiende por procesión. Por ejemplo la hermandad de la Exaltación organiza una procesión de impedidos con el Santísimo. No hay pasos, por tanto, aunque lleva una banda de cornetas y tambores... ¿la incluimos?

Otras hermandades sacramentales están fusionadas con una de penitencia que no organizan procesión pero mantienen algún tipo de culto durante el año e incluso las hay no fusionadas. La única existente es la de Santiago que mantiene actividades de culto pero no organiza procesión, salvo que se considere así, el traslado de imágenes titulares a La Victoria.

En el caso de las hermandades de gloria también hay mucha variedad. Las hay que pertenecen al Consejo, y aquí cada una es un mundo diferente. La hermandad del Rocío con sus connotaciones particulares, ¿se debe incluir?. La hermandad de Caballeros del Carmen que todos sabemos cómo funciona y de quién realmente depende. ¿Qué hacemos con ella?. La hermandad del Rosario de Capataces y Costaleros de la que no voy a hacer comentario alguno porque también todos conocemos su evolución y situación o la hermandad de la Sagrada Resurrección, donde habría que hacer una parada para profundizar en la situación en que se encuentra esta hermandad, pero creo que es mejor dejarlo para otro momento.

También hay hermandades de gloria que no pertenecen a la Unión de Hermandades pero que están constituidas formalmente, como es el caso de la Archicofradía del Rosario de los Montañeses (que saca dos procesiones al año a la calle) y de la Orden de la Merced, en situación muy parecida a la de Caballeros del Carmen, que podrían en cualquier momento solicitar su pertenencia a la Unión de Hermandades.

Y no vamos a incluir aquí la posibilidad, que también sería justa en base a este criterio de culto externo, de ayudar económicamente a ese montón de entes, asociaciones, etc. que organizan procesiones que, en bastantes casos, arrastran a más hermanos y gente que algunas de nuestras hermandades de penitencia o de gloria (¿conocen la procesión de Guadalcacín del sábado de Pasión?)

Si el reparto lo hacemos sin embargo planteando una filosofía en base a un criterio de vida de hermandad, sería el más justo y razonable, puesto que premiaría a aquellas hermandades que, de verdad, asumen sus obligaciones reales. El problema es que el tema se complica muchísimo más, ya que tendríamos que tener en cuenta el número y calidad de actividades durante el año. Por supuesto habrá que concretar a qué llamamos actividad. ¿Es actividad una capea? ¿Es actividad el rezo de una Salve un día de la semana? Otros aspectos que deberían ser analizados son las aportaciones a los fondos de caridad, el número de hermanos de la nómina de la hermandad, los cultos (su cantidad y calidad, puesto que no es lo mismo un triduo con un sacerdote de compromiso al que se le da un estipendio ridículo y con escasa participación de hermanos, que un septenario bien organizado, con gran asistencia de hermanos, con una liturgia cuidada, etc.), todo lo que hemos dicho antes sobre los cultos externos, los días de apertura de la casa de hermandad, su asistencia a ella y sus actividades internas, otras actividades extraordinarias, actividades de formación sobre las que también tendríamos que discernir (¿se considera una actividad la asistencia a alguna charla organizada por la parroquia?) y un largo etcétera.

En definitiva, y como se puede comprobar, no se trata de a quién se le da o no, sino de establecer una filosofía estable que motive a las hermandades y las obligue a trabajar. Hoy el dinero del reparto de la Unión de Hermandades es más necesario que nunca en algunas hermandades, que conforman un porcentaje altísimo de sus ingresos con esta inyección financiera. Muchos de los que hoy claman porque el reparto sea «más justo» son incapaces después de vender un talonario de lotería en Navidad. Se sigue manteniendo la máxima cofrade de que sólo es responsable de la hermandad el que está en la junta de gobierno. A ellos hay que exigirles que lo hagan todo, aunque no se sepa cómo y de dónde se obtengan los fondos, todo tiene que ser perfecto cueste lo que cueste, pero pocos arriman el hombro a la hora de aportar lo que se necesita para conseguir esa perfección. Para colmo, y además, se machaca a los hermanos mayores de manera permanente por recibir unos ingresos que. son para la hermandad. Es que la cosa tiene narices.

Cuando se banaliza el tema y se habla de justicia, nadie profundiza en que el problema está en que hay que decidir que filosofía es necesaria para nuestros tiempos, que límites se ponen y donde se ponen, y hasta donde hemos de llegar. Y hacerlo con perspectiva temporal y no pensando a corto plazo como hacemos casi siempre. En cualquier caso, y lo que sí es totalmente cierto, es que esta necesidad de recibir los ingresos de la Unión de Hermandades está generando alguna corruptela y problemas que no debemos consentir aunque terminaran siendo comprensibles: dependencia municipal, falta de objetividad en los planteamientos de la carrera oficial, cierto grado de egoísmo en algunas hermandades, etc.

¿Qué cual es la solución? Lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo: las hermandades hemos sobrevivido 500 años sin subvenciones ni ingreso alguno de la Unión de Hermandades. ¿Por qué no íbamos a hacerlo ahora? Dediquemos ese dinero a aquellas actividades que son necesarias para nuestra Iglesia diocesana. Construyamos un nuevo templo allá donde no exista y sea necesario. Hagamos donde queramos una gran obra social para atender las muchas carencias que existen en muchas ciudades. Hagámoslo de manera paulatina, rebajando cada año los ingresos de las hermandades para que exista un período de adaptación. Pero hagámoslo.

Así tendremos libertad absoluta para decidir carreras oficiales, evitar dependencias de nadie, no habrá problemas de reparto, nadie se sentirá discriminado, sentiremos la alegría de que nuestros esfuerzos están dando frutos importantes para nuestra Iglesia, e, incluso, puede que dejen de insultar a los hermanos mayores.

¿O no?