La ciudad que cabe en una playa
Desde que sale el sol hasta la noche, la costa de Cádiz está llena de vida con su inagotable menú de ocio, animación y diversión
CÁDIZActualizado:Camina rápido por el Paseo Marítimo, pero a los pocos pasos se para y arenga a sus padres. «Venga, daos prisa». A pesar de su corta edad (6 años), Mario acarrea una pequeña silla de playa. Arrastrando las chanclas, con el pantalón corto y el pelo aún mojado de la ducha, el niño apura la marcha. No es el único. Desde todos los puntos de la ciudad, surgen decenas –luego serán cientos– de personas cargadas como sherpas, hacia un punto de reunión: la gran pantalla situada en la playa de la Victoria, la más larga de Cádiz. Hoy dan un plato apetecible y para todos los públicos: 007, en versión del cachas de Daniel Craig. Cuando todo el mundo ya está en sus posiciones –sillas desplegadas, la bolsa de las chuches en el reposabrazos...– arranca la película. Los golpes del espía se celebran con regocijo entre los más pequeños; los adolescentes se ríen nerviosos cuando aparece Olga Kurylenko (la guapa). Suenan los tiros, las explosiones, la voz grave del que dobla al actor británico. Y arriba, en el Paseo Marítimo, el que puede echa una ojeada o se sienta un rato en el muro para ver la peli un ratito. Es sábado por la noche y el plan familiar es ese: playa después de la playa. En Cádiz, la arena y el mar no es un lugar donde (sólo) nadar o tomar el sol. Es un parque temático alrededor del cual se desarrolla toda la vida de la urbe. Una curiosa mezcla entre un patio de vecinos y el chillout más ‘cool’. Depende del tramo y del momento.
A falta de grandes jardines, por la endémica carencia de suelo en esta casi isla comunicada con la península por una carretera y un solo puente (a la espera del segundo, que se pretende inaugurar dentro de dos años), la playa se ha convertido en el lugar en el que vivir. Cuando sale el sol, llegan los madrugadores, los que deciden que caminar, trotar o correr por la arena tiene un plus que no aporta el gimnasio más glamuroso. Hacia el mediodía, comienzan a aparecer las familias, las parejas o los grupos de amigos. Vienen cargados con sombrillas, neveras, sillas, mesas, juegos, bolsas, tablas. Es como una pequeña mudanza diaria, como un tarea cotidiana, ineludible. Igual que cuando eran adolescentes les bastaba una toalla y las chancletas, los gaditanos asumen que cuando cumplen años y llegan los niños, lo mejor es equiparse bien.
Y aquello tiene su explicación, porque hay quien pisa la arena por la mañana y se da la ducha final a las diez de la noche. Durante todas esas horas pueden haber comido en familia, visitar algún chiringuito (los hay de todos los ambientes) o jugar alguna partida de palas. Hasta ahí, como en cualquier playa. Pero es que además, aquí se pueden hacer otras muchas cosas: conectarse a Internet, talleres de yoga, clases de bailes latinos, taichí para mayores y multitud de actividades para los niños: juegos, concursos de castillos de arena, carreras, bailes o deportes. Incluso existe un pequeño parque acuático para los niños... y para los padres que quieran conseguir una hora de libertad bajo fianza por 4,5 euros.
Cádiz cuenta con más de siete kilómetros de playas, que se dividen en cuatro: tres urbanas y una fuera de la ciudad. La Victoria es la más extensa, con 3.900 metros lineales de arena blanca, con una anchura considerable. Ese es el escenario natural en el que en invierno se pasea y se juega al fútbol y en verano se multiplica la actividad. Muy próxima, camino del casco antiguo de la ciudad, se encuentra Santa María: una pequeña extensión limitada por espigones y abrigada por enormes bloques de piedra que sujetan restos de la antigua muralla. Pero si hay una playa con sabor, con historia, con personalidad propia es La Caleta. Fuente de inspiración de poetas, carnavaleros y cantautores, ofrece uno de los atardeceres más cinematográficos que se hayan visto y no es una exageración, porque aquí se han rodado varias películas conocidas: de 007, Manolete (pendiente de estreno) y Alatriste. Para celebrar esa ceremonia de la puesta de sol, el Ayuntamiento organiza pequeños conciertos en el patio del castillo de Santa Catalina, a un extremo de La Caleta. Los foráneos aplauden a rabiar y los gaditanos miran con la indiferencia del que contempla el mismo óleo todos los días. La última playa es rústica: Cortadura está plagada de dunas e incluso durante el día más frecuentado de agosto se puede tomar el sol casi en solitario, olvidándose del mundo.
Todas con bandera azul
Todas las playas gaditanas cuentan con banderas azules e incluso, con la Q de Calidad Turística y certificados de calidad medioambiental que avalan que lo del cuidado del medioambiente no es pura fachada. ¿Un ejemplo? Aquí se separa y recicla la basura y además, existen ceniceros que se reparten para tratar de evitar las antiestéticas colillas.
También se presume de playa integradora. Existe un servicio de cuidadores que ayudan a los discapacitados a bañarse facilitándoles el transporte hasta la orilla en sillas de ruedas especiales. Además, la asociación Solo Surf trabaja con chavales con síndrome de Down para hacerles que se familiaricen con las tablas y de paso, cojan confianza en sí mismos. El surf, por cierto, es otra de las distracciones. Existe una escuela municipal donde se pueden hacer cursos durante todo el año.
Como en el resto de España, agosto es el mes playero por antonomasia. En eso no hay variación. Sólo que Cádiz acoge una de las fiestas más multitudinarias de España, de esas que cierran el telediario y atraen a miles de jóvenes en busca de diversión: las barbacoas del Carranza. Durante el torneo organizado por el Cádiz Club de Fútbol, las familias esperan el final de los partidos en la playa, comiendo y bebiendo hasta la madrugada, aunque ya por la mañana los servicios de limpieza la dejan como nueva. En septiembre hay otra cita imprescindible: el festival aéreo. Ver las acrobacias de la Patrulla Águila, desde la comodidad de la hamaca no tiene precio. O sí: más o menos los dos euros que cuesta la cerveza en el chiringuito más cercano.