EL HUMO DE LAS PALMAS
Actualizado: GuardarHubo un tiempo en el que todo pasaba muy despacio. En las Cortes se prohibía la entrada a disidentes y sólo había partidarios. Por lo tanto era inimaginable que alguien hiciera un corte de mangas. Las ovaciones retumbaban en la calle de San Jerónimo, después de aturdir a los leones de piedra heroica, y se colaban en el Lhardy, que era el único sitio donde se ofrecía algo a dos salsas, aunque fuese la lubina. A un joven dramaturgo de la época le preguntó alguien en el Café Gijón si su obra había sido bien acogida por el público.
-Aplaudían como procuradores- dijo.
Las palmas siempre han echado humo en el histórico recinto, pero ya no huele a incienso, sino a chamusquina. El Debate sobre el estado de la Nación no puede ser acusado de monotonía. Se gritó y ovacionó en la misma medida que se abucheaba, pero por riguroso turno. Es muy difícil saber si se aplaudió más que se pateó, ya que hay grandes oradores pedestres, del mismo modo que existen parlamentarios que jamás han dicho que esa boca es suya. Estamos en lo que Azorín, que fue cronista de Cortes, llamó «el chirrión de los políticos». El vocablo chirrión, suficientemente onomatopéyico, lo define el diccionario como carro fuerte de dos ruedas cuyo eje gira con ellas. También alude al látigo o rebenque hecho de cuero.
No se entiende, visto el tenebroso asunto desde fuera, cómo puede tener un señor tanto interés en quedarse y otro en entrar. El presidente afirma que habrá más reformas, le cueste lo que le cueste. Ya nos iremos enterando de lo que nos va costar a nosotros.
Por su parte, el que aspira a ser presidente lo que quiere es que se convoquen elecciones, pero no se decide a presentar una moción de censura. No hay que descartar la posibilidad de que ambos sean dos personas bienintencionadas pero con muy mal oído. Ambos creen que Dios les ha llamado.