PAN Y CIRCO

CAMPEONES

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Muchos de nuestros abuelos, entre ellos los míos, murieron con la pena de no ver ganar nunca nada a España. Ya no sólo ganar, sino jugar alguna final importante, con excepción del título europeo logrado gracias al gol de Marcelino. Sin embargo, a efectos de mundiales, nuestros antepasados se fueron al otro mundo con el único recuerdo agradable de la inolvidable narración de Matías Prats abuelo del gol de Zarra. Y digo abuelo, porque fue otro de los abuelos que se marchó con esa pena. Su hijo y su nieto -éste en primera línea informativa- han tenido la suerte de contarle al mundo este triunfo histórico.

Pero hay algunos que buscan en esta victoria connotaciones que van más allá de lo deportivo. Hasta hace muy poco a todos los que enarbolaban una bandera española se les tildaba de fachas. Craso error. Ha quedado demostrado que lo que había realmente era un hastío general, una especie de desconfianza en la selección nacional, que propiciaba que el orgullo patrio nunca saliera a relucir. Fueron los chicos del baloncesto los que. con su victoria en el Mundial de Japón, reivindicaron la grandeza de nuestro país. Y a partir de entonces, las enseñas comenzaron a poblar los balcones, imagen que se multiplicó por mil tras ganar la Eurocopa de Austria. Regresaba el denominado sentimiento nacional.

Ahora los hay que debaten sobre los símbolos autonómicos que aparecieron el domingo tras el pitido final de Webb. Los más retorcidos llegaron a comparar la celebración del gol de Puyol contra Alemania con otra que escenificó cuando marcó en el Bernabéu, por el simple hecho de que en aquella ocasión se besó el escudo y en Sudáfrica no. Y que más da eso. En la conciencia de cada uno queda su verdadera alegría, una alegría que trasciende regionalismos y regímenes políticos, una alegría de la que nos disfrutaron nuestros abuelos, pero que ahora comparto con mi sobrino que desde 2008 tiene tantos años como títulos ha visto ganar al país que le representa.