De Jandilla sí, pero no de Pamplona
Los mejores sanfermines de los últimos años se cierran con una corrida terciada
PAMPLONA.Actualizado:La corrida que cerró la octava de San Fermín salió en tipo, el tipo de Jandilla, pero no en la línea del toro de Pamplona. Menos armada y con menor cuajo que cualquiera de las siete previas.
Apenas había escarbado ningún toro en esta feria -y es probable pero no está probado que la carrera del encierro sea el antídoto- y de pronto dieron en hacerlo como posesos los dos del lote de El Juli: un primero abombado que, corneado en los corralillos o en el encierro, tuvo que ser inyectado antes de saltar al ruedo, y un cuarto que metió la cara entre las manos en señal de mansedumbre.
Dos jandillas hicieron los honores al hierro: un segundo salpicado, arremangadito y apuntado, muy bien hecho, de pronto y leve compás; y un tercero colorado, terciado, lavado, de bondadoso carácter. Con el segundo de corrida se esmeró Castella. Un pastueño galope, una embestida dulzona. La cara alta en los viajes por la mano izquierda; descolgado el toro cuando vino tocado por la derecha. De coser y cantar la faena porque el toro tuvo codicia.
.Los circulares cambiados y un cambio de manos en un palmo parecieron grandes alardes. Una estocada. Dos orejas. Vivo y con pies, el tercero tuvo candor de golondrina, prontitud de ardilla, la docilidad sencilla del toro-jandilla. El toro ideal para un torero recién salido de cornada: Perera. Firme y vertical, seguro el torero extremeño, que se puso, abrió y descaró sin pausas ni dudas. Uno de esos trabajos tan suyos, tan de Perera: sólido, estoico, templado, grave.
El quinto hizo cosas de las que sólo hacen en Pamplona los toros que acusan el resabio del encierro. Perdigonazos primero, fuego graneado después, cabezazos defensivos. No de ir por la presa sino de sacudirse los engaños. En uno de los derrotes el toro prendió a Castella por la ingle y le pegó una voltereta que vino a indisponerlo todavía más. Pese a los regates y pese a sentirse blanco de la diana, Castella no se inmutó. La forma de sostenerle al toro el pulso fue llamativa: por su carga de seco valor. Ese valor de no darse ninguna importancia. Lo incierto del toro aconsejó abreviar. Cuadrar y matar.
El último toro de San Fermín se llamaba Filósofo, negro mulato.
De ritmo vivo en la partida primera. Y con frescura Perera toreó de capote: las manos bajas y en línea lances de mucho castigo. En corto las tomas del toro y rápido el dibujo, apurado. Dos puyazos en regla resultaron excesivo castigo. En banderillas esperó el toro y en la muleta sintió enseguida el pulso poderoso de Perera como si fuera un yugo. También escarbó ese sexto y último toro de la feria.
Que ha sido, por lo demás, feria de grandes toros. Una docena y media de buena nota. La de Jandilla parecía de pronto corrida de otra feria. No Pamplona.