Momento en que el miura acorrala al torero jerezano en la arena, en lo que parecía un lance definitivo. :: EFE
Sociedad

Y Padilla volvió a nacer...

El diestro, a pesar del aparatoso encontronazo, vuelve de la enfermería a tiempo de matar el toro El torero jerezano sale milagrosamente indemne de una cogida brutal

PAMPLONA. Actualizado: Guardar
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Insólito prólogo: la plaza estaba despejada pero el paseíllo se hizo con tres minutos de retraso. Por motivos desconocidos. No se oyó el coro clásico de miles de voces que antes del paseo tararea a compás el Te Deum de Charpentier. Ese tarareo de un salmo barroco es la música de los toros de Pamplona. Una de sus señas de identidad. Pero es que no estaban las peñas, que con su ausencia y su silencio hicieron patente, y de manera muy original, su protesta contra la alcaldesa de Pamplona. Hay pleito por medio, habrá cambiado de cara pero no de manos el Ayuntamiento dentro de un año y la disputa de las peñas será probablemente agua pasada para entonces. Sin el fondo acústico de las peñas, sin su aportación tan patente al espectáculo de todas las tardes, la corrida quedó tocada desde el arranque. No parecía Pamplona. Inmensa la mancha de cemento en los tendidos y andanadas donde reina lo que en la jerga del país se llama, de siempre, «la mocina».

La corrida de Miura, extraordinariamente ofensiva, sí fue de las de Pamplona, pero no la mejor de las muchas miuradas que aquí se llevan vistas, sentidas y libradas. Estaba uno de los héroes predilectos de las peñas y no peñas, Juan José Padilla, y estuvo a punto de producirse una tragedia fatal: el primer miura lo levantó por las zapatillas, lo prendió por la entrepierna en un ataque por la mano izquierda, lo derribó y buscó, lo encunó y lo llevó entre las astas zarandeándolo un buen rato. El toro, encelado, arreaba a su querencia de corrales -tan propia de los toros que han corrido el encierro-, no soltaba la presa porque la huida a querencia lo cegaba. Saltaron al quite las cuadrillas, se hizo interminable el momento de angustia, al fin cayó como un fardo Padilla al suelo. A la enfermería con él. Se vivió casi un minuto de espanto, y se sentía en el ambiente. Rafaelillo, segundo espada, salió a escena entonces para cumplir con la obligación de dar muerte al toro. Pero cuando, armado con los trastos, Rafaelillo hizo ademán de ir al toro, desde el callejón y junto a la enfermería hicieron señales muy visibles de que lo dejara. `Porque iba a salir Padilla! Y salió. El gesto de la feria. Con la taleguilla hecha girones, despojado de la chaquetilla, el rostro demacrado, cojeando y doliéndose. Pero con la felicidad de saberse indemne al fin y al cabo. La ovación fue de gala. Y si llegan a estar las peñas en su sitio, se viene abajo la plaza. Unas manoletinas, la igualada y una estocada muy baja. Una oreja, se pidió otra.

El toro de la cogida fue el de mejor empleo de los seis miuras, el que más pronto se movió y, por la mano derecha, el de más recorrido y mejor son. Padilla lo toreó de capa con variedad e ingenio -largas cambiadas, mandiles, verónicas, media, revolera-, prendió tres pares de buena gasolina y toreó con la derecha con autoridad: al estribo primero -y ya el toro le mandó un recado por la mano izquierda- y en el tercio después. No se hizo de rogar la música. 'Camino de rosas'. Una bonita manera de andar por delante al toro en lo que parecía final de faena. No fue feliz la idea de ponerse por la izquierda cuando el toro había avisado ya dos veces.

Susto y milagro

Y ahí se acabaron las emociones de una corrida bastante apagada y salpicada por avisos que castigaron el exceso de metraje de dos faenas de notable destreza de Rafaelillo, paciente con un segundo aplomado, tardo y corto, y de verdad resuelto con un quinto de impresionante percha que, pegajoso el aire, se le metió por las dos manos si no venía toreado por delante. Con la mano izquierda Rafaelillo dibujó apuntes seguros. Los dos toros fueron a menos. A los dos los cazó con la espada pero ninguna de las dos estocadas tuvo muerte y, a la hora del descabello, el quinto, que no descubrió, trató de hacer por él. Estuvo a punto de caer un tercer aviso.

Todavía convaleciente de la paliza tan terrible, Padilla abrevió en faena clásica de aliño con un cuarto playero, descaradísimo, degollado y cornipaso que tomó el engaño andando, sin celo alguno.

Javier Valverde le hizo al primero, que rodó en costalada y no tuvo poder, una faena justificatoria, de las de no pasar gran cosa, y cortó a tiempo cuando el sexto, de soberbia culata y terroríficas vergas, empezó a orientarse por las dos manos.