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EL ROPERO DE LOS DIOSES

MANUEL ALCÁNTARA
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Las estatuas no pestañean, ni miran hacia el otro lado, ni intentan cambiar de plaza. Se resignan al agobio de las muchedumbres en esos días únicos que suceden varias veces al año. La Cibeles, que según Ramón Gómez de la Serna es Isabel la Católica volviendo de América, está arropada desde hace días con una bandera. Durante su sedentaria vida ha dispuesto de distintos ropajes. En la guerra civil era conocida por los madrileños como la 'linda tapada' porque estaba protegido por sacos de cemento. Tuvo suerte en los bombardeos, pero el peligro no pasó, ya que si gana la Liga algún año el Real Madrid, con permiso del Barcelona, los hinchas blancos se le suben hasta las cejas.

Escribo cuando aún no se ha jugado el España-Holanda, ya que si espero a que se celebre el partido el que se la juega soy yo. No puedo estar ni gozoso, ni deprimido, pero sí estoy preocupado por el mobiliario urbano. Las diosas y los dioses de piedra están custodiados por guardias de la circulación y policías, pero sólo puedo rogar a mis dioses particulares, que también son impávidos, para que echen una mano a los que viven en la calle y se dejan ver.

Somos los nietos de Cro-Magnon y el parentesco se nos nota a todos, si bien a unos más que otros. Tanto el júbilo como la tristeza lo expresamos de forma contundente. Quizá no para que se enteren los otros, sino para darnos cuenta de que somos depositarios eventuales de esos sentimientos. No sólo en las revoluciones se rompe mucha porcelana. Los grandiosos acontecimientos deportivos también suelen salir por un pico y muchas palas para recoger los destrozos. El día después del gran día es terrible para los ayuntamientos, que bastante terror han acumulado en los anteriores, pero quizá valga la pena y la alegría. Dios salve a nuestros dioses.