Montilla, en la cuerda floja
Actualizado: GuardarEspaña consiguió el prodigio y el sueño se hizo realidad. Noventa años después de que la selección española de fútbol comenzara su andadura, ha inscrito por primera vez su nombre en un reducido grupo de países que han ganado el mundial: Uruguay, Italia, Brasil, Alemania, Inglaterra, Argentina y Francia. Sólo dos de ellos habían conseguido el doblete entre un copa continental y la mundial: Alemania en 1972 y 1974, Francia en 1998 y 2000. El club de ganadores es selecto porque sólo otros cuatro países han llegado alguna vez a la final: Holanda -que la perdió ayer por tercera vez-, Checoslovaquia, Hungría y Suecia. Al superar esta prueba, España alcanza, en fin, una cima que la sitúa en la elite del deporte; si en los años sesenta y setenta brillaron algunas individualidades españolas -los Bahamontes, Blume, Santana, Nieto-, con la democracia hemos empezado a adquirir notoriedad en los deportes colectivos. Pero ha sido necesario llegar a esta generación nacida en los ochenta para consolidar la popularización del deporte y una profesionalización organizada, fruto del desarrollo socioeconómico, que tuvo su punto de partida en Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Este país ha perdido sus antiguos complejos y hoy se codea en todos los terrenos con los mejores en todas las disciplinas. Y no sólo deportivas, obviamente. El entrenador Vicente del Bosque, psicólogo avezado y buen estratega, ha lanzado un comentario penetrante al referir el clima de su equipo: «aquí hay una unidad que sería deseable para todo el país». Sería absurdo ceder a la tentación de politizar la selección, pero no hay duda de que los jóvenes de 'La Roja' representan a una sociedad laboriosa, con el prurito del trabajo bien hecho, con sentido de equipo y sin arrogancia. Ha bastado una mano diestra para extraer de ella todas sus potencialidades. Quizá ocurriría igual si los políticos prodigaran mejor su sentido cooperativo. De cualquier modo, España es hoy una gran fiesta porque todos, de algún modo, hemos empujado en la dirección del triunfo. De un triunfo que no es banal ni sólo deportivo: los expertos aseguran que la victoria impulsará unas décimas nuestro PIB; y todos deberíamos subirnos a esta ola impetuosa de trabajo en común que ha de sacarnos lo antes posible de la depresión.
La gran manifestación del sábado en Barcelona, planteada como protesta al agravio infligido por el Tribunal Constitucional, derivó, como era de prever, en un alarde independentista. Es evidente que, a las puertas de las elecciones autonómicas, esta marejada favorece especialmente a CiU, y consolida la previsible derrota del PSC y el fin del tripartito. Después de Maragall y sus exacerbaciones catalanistas, Montilla ha sido incapaz de rebajar el tono identitario del socialismo catalán, que le es impropio y que lo aleja de amplios sectores obreros que ven con perplejidad este giro. Ahora, cuando es evidente que el nacionalismo catalán aprovechará la coyuntura para presionar sobre el Gobierno, el todavía presidente de la Generalitat debería medir las consecuencias de continuar subido en el carro reivindicativo. El debate sobre el estado de la nación debería ser la ocasión para que el PSC recompusiera los puentes con el PSOE, moderando sus reclamaciones, plegándose al marco constitucional y distanciándose de CiU. A fin de cuentas, los electores nacionalistas de Cataluña siempre preferirán la opción genuina al sucedáneo de un Montilla envuelto en la 'senyera'.