Naranjas agrias de Robben Island
Holanda jugó todo a la contra, desde su memoria histórica hasta los tobillos y la imaginación
JOHANNESBURGO. Actualizado: GuardarLas naranjas que fructifican en Robben Island, la isla sudafricana de Arjen Robben y sus colegas, son agrias y amargas. Cuando se las exprime a patadas y tarascadas, su ácido cítrico ataca el sistema nervioso y saca a cualquiera de sus casillas. A la postre, el capitán español ganó dos 'uno contra uno' al dueño de la isla, en sendos lances que zanjaron el mayor peligro generado por la cicatería holandesa. Luego, cuando los sueños eran cortezas de esperanza, Iniesta sacó el exprimidor y el fútbol ascendió libre de Robben Island a la gloria.
Holanda jugó todo a la contra. Contra natura de su memoria histórica, hermosa, libérrima y preciosista. Contra la filosofía ambiciosa, ofensiva y de ataque que pretende defender. Contra los tobillos, las tibias y el esqueleto todo de cualquier rival. Contra vientos combinatorios y mareas de posesión, la suerte fiada a cazar el contragolpe letal. Contra la imaginación, la fantasía y la creatividad.
En la frustrada empresa de lograr que a la tercera fuera la vencida, Bert Van Marwijk alineó su once de gala, el equipo titular que se impuso en octavos de final a Eslovaquia (2-1) y que por distintas vicisitudes no había podido repetir. Gregory Van der Wiel y Nigel de Jong, suspendidos en la semifinal contra Uruguay, recuperaron sus puestos en el lateral derecho y el doble pivote.
Con Rafael van der Vaart de nuevo relegado al banquillo hasta la prórroga, Robin van Persie volvió a responsabilizarse de la punta del ataque escoltado por el triunvirato medular de los habituales Robben, Sneijder y Kuyt. En el terreno que minutos antes había recorrido Nelson Mandela a bordo de un coche eléctrico, los sucesores de los antiguos colonos calvinistas inspiradores del 'apartheid' dibujaron su tradicional dispositivo reservón.
Es un esquema en 4-2-3-1, con sólo cuatro efectivos de vocación ofensiva, que traduce la filosofía de que las victorias se cimentan en un nutrido sector defensivo, postulado de la contrarreforma neorrealista de Van Marwijk y demás apóstatas del desorden organizado que recuerda la libertaria 'naranja mecánica' de los felices 70.
En el polo diametralmente opuesto de la actitud timorata mostrada por Alemania en semifinales, Holanda se aplicó a cuerpo y sin alma a morder a dentelladas e impedir la salida franca de la pelota de las botas rojas. En el primer minuto de juego, los dragaminas naranjas ya habían cometido dos del medio centenar de faltas pitadas en la final contra la línea de flotación española. Van Persie, que esta vez se dejó caer más a las bandas para abrir huecos por el eje, Sneijder, Robben y Kuyt formaron la primera avanzadilla defensiva con vehemencia, agresividad e incluso violencia, como en una patada de De Jong al pecho de Xabi Alonso a la media hora de juego.
Con la posesión de la pelota, los gladiadores de Van Marwijk escamotearon las combinaciones en la medular en favor de balones largos desde la defensa y el portero en busca de sus hombres de ataque. Las jugadas ensayadas a balón parado fueron la otra opción estratégica para crear peligro en los dominios de Casillas, con tiros libres botados desde cualquier posición y lejanía por Sneijder o córners lanzados por Robben.
La disciplinada aplicación de las consignas destructivas y el esmero en respetar la organización a lo ancho con las líneas de contención apretadas obstacularizaron la fluidez, la movilidad y la creación de espacios por parte española. El resultado fue un partido trabado, tosco y enquistado, parco en espectáculo y ocasiones de gol. Hasta que Iniesta sacó el exprimidor y las naranjas enrojecieron de libertad.