Hasta que se acabó la leña
Holanda repartió a diestro y siniestro para frenar el centro del campo español, pero al final se impusieron la calidad y el talento
Actualizado: GuardarLa 'naranja mecánica' recordó más a la violenta película de Stanley Kubrick que al sobrenombre de una máquina de hacer fútbol. Poco tienen que ver estos jugadores holandeses con sus antecesores, los que cayeron con honestidad en las finales de los Mundiales de Alemania en 1974 y Argentina en 1978. Hasta el decisivo partido de Johannesburgo, la progresión de la 'Oranje' en tierras sudafricanas había sido intachable. Propuestas más o menos valientes, una disposición táctica inteligente y una disciplina a prueba de bombas. Pero anoche se transformó en un aparato para fabricar leña y convertir el centro del campo en un brasero infranqueable. Qué forma de repartir y qué barato les salió a los neerlandeses, que comprobaron el inexplicable rasero que aplicó el árbitro Howard Webb y dieron todo lo que quisieron. Comandados en la desigual batalla por Van Bommel y De Jong -que no vieran tarjeta roja es poco menos que un 'poltergeist'-, no se cortaron y llegaron a desquiciar a los españoles. Hasta Vicente del Bosque, casi siempre impertubable, perdió los nervios.
Xavi Hernández, Xabi Alonso, Busquets, Iniesta y Villa se fueron al vestuario con los tobillos doloridos. La pizarra de Holanda no era complicada. Presión asfixiante en la salida del balón y parar al contrario de cualquier manera. Sus malos modos se tradujeron en una primera parte de trinchera en la que bastante tenían los españoles con salir indemnes de tanta embestida. La circulación de la pelota, por tanto, casi ni existió. El sello de 'La Roja', el que le hace casi invencible y que convirtió en una obra de arte ante Alemania, quedó sepultado en una escombrera de empujones y patadas. No obstante, perseguir a los contrincantes, aunque sea para derribarles una y otra vez, también supone un importante trabajo de desgaste. Y, cuando el pulmón naranja empezó a sentir los primeros síntomas del asma y necesitó oxígeno artifical, España se creció y su incuestionable talento salió de nuevo a flote. La selección, sin embargo, nunca llegó a reconocerse del todo, y abusó de los desplazamientos largos, una fórmula muy cómoda para la defensa rival.
Sensación extraña
Los hombres de Del Bosque llegaron al descanso con una sensación extraña y bastante desconcierto. Sabían de antemano que los neerlandeses son aguerridos, pero para nada entraba en sus planes encontrarse con un regimiento de fusileros. Pero España no tiene un plan B. Su juego es el que es y lo lleva hasta las máximas consecuencias. Y ayer, aunque sólo fuera con cuentagotas, tocó con criterio para intentar desarmar a un equipo rocoso que había sido poseído por la 'naranja mecánica' de Kubrick. No mereció 'La Roja' llegar al sufrimiento de la prórroga. Sólo por su insistente apuesta merecía ganar una final que parecía abocada a la lotería de los penaltis. Hubiera sido demasiado premio para los neerlandeses, que ya habían firmado el empate antes de saltar al campo.
Pero hasta con los nervios a flor de piel el seleccionador demostró una vez más que es un sobresaliente estratega. El salmantino se dio cuen ta de que los holandeses renqueaban por las bandas y no dudó en meter a Navas, desaparecido desde la primera fase. Y, cuando ya era claro que el partido tendría tiempo añadido, llamó a Cesc Fábregas, que volvió a ser un revulsivo. El capitán del Arsenal fue como agua bendita para sus compañeros, golpeados y muy cansados. El catalán fue un faro en la prórroga. Se ofreció en todo momento y asumió la responsabilidad del ataque, con entregas precisas y veloces. De sus botas salió el pase que permitió a Iniesta elevar a 'La Roja' a los cielos.
A los holandeses se les cayó el alma a los pies. Su estrategia había durado 116 minutos pero, de repente, saltó por los aires. Algunos de ellos se dirigieron al colegiado para protestar un inexistente fuera de juego del autor del gol que ha dado la gloria a España. Y, cuando Webb pitó el final del partido, otro neerlandés se encaró con él y protestó de forma airada. Era Van Bommel, que, aunque parecía increíble, seguía en el campo.