MÁS FÚTBOL

La despedida del capitán modélico

El lateral izquierdo, que abrió el camino de la 'Oranje' hacia la final con un gol desde 35 metros, sueña con levantar la Copa del Mundo Giovanni van Bronckhorst Capitán de Holanda

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Siempre se ha mantenido en un segundo plano. Discreto. Ni siquiera el martes, cuando abrió el camino de Holanda hacia la final con un tremendo zurdazo desde más de 35 metros, quiso interpretar el papel protagonista. Marcó el primer tanto 'oranje' en el duelo frente a Uruguay (3-2), pero él lo asumió como algo propio de un oficio desarrollado en equipos de tanta entidad como el Feyenoord, el Arsenal y el Barça, con el que ganó la Liga de Campeones. Pasó por la zona mixta como un rayo. Regateando los micrófonos, las cámaras. No son para Giovanni van Bronckhorst (Rotterdam, 5 de febrero de 1975), el capitán de Holanda. Lo suyo es cumplir sobre el campo y prefiere guardarse la emoción para él, aunque se le escaparon unas lágrimas.

Unos sentimientos que brotarán, sin duda, también esta noche en el estadio Soccer City de Johannesburgo. Será el postre de su carrera profesional. Nada menos que en el duelo que todo futbolista mataría por disputar. Él, amante de la ropa Gucci y devorador de escalopes de pollo, lo sabe. «El último partido de mi carrera y será la final de la Copa del Mundo. ¿Qué más puedo pedir? No podría ser más maravilloso», ha confesado durante la semana. En realidad, sí ha solicitado una cosa más. El título. Levantar la Copa Jules Rimet, que acreditaría a Holanda como la octava selección que inscribe su nombre en el palmarés del máximo torneo del planeta. De hecho, ya se ha visto recogiéndolo de las manos de Nelson Mandela, cuya presencia en la final aún no está confirmada. «Espero verlo. Sería fantástico. Sería lindo», asegura este lateral izquierdo, de nombre italiano.

En el equipo de su padre

Sí, porque por sus venas no corre sangre transalpina. Para nada. Sus padres proceden de Indonesia, aunque él nació en Rotterdam. Allí dio sus primeras patadas a un esférico. Un día, al ver que el pequeño 'Gio', como le apodan, se quedaba prendado con el balón, su progenitor le llevó a la escuela de fútbol LMO. Tenía seis años. Poco después, a los siete, le reclutó el Feyenoord, el equipo de su ciudad, en cuyo cuerpo técnico se integrará ahora junto a Roy Makaay, mientras sacan el carné de entrenador. «Fue un honor para mí que me llamaran. Es cierto que en los años ochenta no era un gran equipo, pero en 1984 jugó Cruyff allí», explica. En las categorías inferiores del equipo de Rotterdam, con uno de los puertos más importantes del mundo, se formó. Llegó a la élite con 17 años. «Entonces mi sueño se hace realidad», recuerda. Y empezó a demostrar su actitud modélica convocado por la selección con 20 años. Luego saltó a Escocia, al Glasgow Rangers. Ganó dos títulos de Liga. Y el Arsenal se fijó en él, entonces centrocampista por la parte izquierda del ataque, luego reconvertido en defensa, con una gran potencia física. Los londineses, que abonaron 13 millones de euros en 2001, le querían para sustituir a Emmanuel Petit, pero una lesión de ligamento le quebró. Aunque fue la forma de que llegase al Barcelona, primero cedido y luego ya comprado. Siempre acompañado de Larsson, Ronaldinho y Van Bommel, sus mejores amigos, se hizo fuerte en la escuadra azulgrana. Y paladeó su mayor momento de gloria hasta este 11 de julio: la Liga de Campeones (2006).

De Niro y las videoconsolas

Pero sintió nostalgia. Regresó a su Feyenoord en 2007. A casa. Allí ha estado estos últimos tres años, en los que ha conseguido la capitanía de la selección, tras el adiós al combinado de Van der Sar. «Mi misión es que todo el mundo se sienta a gusto. Nada más», explica. Escondido. En la oscuridad, pero siempre regular, devorando las películas de Robert de Niro e invirtiendo las largas horas de concentración con el Pro Evolution Soccer (un juego de fútbol para las videoconsolas). Sin embargo, sentía que su cabeza se iba agotando. Y pensó en el adiós. Le costó, como confiesa este hombre respetado por un vestuario que le considera un padre. «Me siento aliviado tras una decisión nada fácil y meditada durante muchos meses; debes estar preparado mentalmente».

Y Van Bronckhorst, que nunca ha olvidado al Barça, no lo estaba. Por eso el capitán ha decidido despedirse. «El Mundial es lo más bonito para hacerlo». Y quizá lo haga en los más alto. Si no, como profesional, gesto de su carácter, agachará la cabeza y felicitará al campeón.