El día de 'La Roja' en territorio amarillo
En casa, en el bar, con niños, de rojo, con banderas, con tapeo, con nervios, con superstición... Los que viven en Cádiz planean un día de fútbol sin precedentes
Actualizado: GuardarCuando mataron a Kennedy, yo estaba en el Cine Municipal, viendo una de Robert Mitchum. Cortaron la película tras escucharlo por radio», dice José Antonio, jubilado de Astilleros con 67 años. Su frase resume un resorte humano universal, imperecedero y ecuménico: El de la oportunidad histórica, el de la ubicación individual cuando ocurrió aquel hecho que toda la gente que conoces y conocerás recordará siempre.
¿Dónde estabas cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas? Todo el mundo recuerda qué hacía. Exactamente. Pero esos momentos, que se vuelven gubia o buril para labrar la memoria de todo el mundo (sin excepción) encierran muchas tragedias. El inicio de una guerra. Un golpe de estado, consumado o reducido a susto. Un atentado. Sólo hay una versión amable, lúdica de esa experiencia coral que convierte un día en inolvidable para un porcentaje casi absoluto de la población: El deporte.
Los juegos olímpicos tienen su tirón, el baloncesto da alegrías, Nadal ya es mito, motos, coches, Induráin... Todo lo que se quiera, pero el poder del fútbol, al menos, en esta parte del mundo carece de parangón. Infalibles rabitos de pasas para la feliz memoria tribal.
¿Dónde estabas cuando ascendió el Cádiz a Primera? ¿Dónde viste el 12-1 a Malta?
Hoy, 11 de julio de 2010 será otro día indeleble en el disco duro de más del 90% de los habitantes de esta ciudad, como en cualquier población española. Nunca tocó jugar la final de un Mundial. Nadie se ha visto en otra. Podemos perder, pero la pregunta será idéntica: ¿Dónde estabas? ¿Dónde viste la final?
En lo personal, cada cual tiene una película. En lo colectivo es un día único, repetible pero no repetido. Si ganamos... mañana lunes será de resaca, domingo de nuevo con el pequeño matiz de que algunos tendrán que trabajar.
Cuando se trata de la mayor competición planetaria del deporte con mayor seguimiento, las proporciones y las tentaciones se disparan.
Todos tienen un plan para esta tarde. En casa, con niños, solito que me pongo nervioso, en el bar de siempre, con comida preparada.
Todos ataviados con algo distinto, pero siempre rojo, que recuerde a simple vista que ha llegado el día que nunca será olvidado. Gorra, camiseta, supersticiones, quedada, prisa... Y finalmente las calles más vacías que nadie pudiera ver, si es que alguien se asoma.
Grandes planes pequeños
Ana Villar, de 43 años, trabaja como personal no docente en el colegio Tierno Galván. Representa a un sector masivo, el de los que no se declaran futboleros pero no pueden resistirse al momento histórico: «Lo veré en casa, con mis hijas y mi marido. Refrescos, frutos secos, lo normal. No creo que nos pongamos camisetas rojas, pero la bandera ya cuelga en el balcón. No soy aficionada, pero... Esto es otra cosa, me pongo muy nerviosa». Los que lo verán con su entorno laboral forman otro grupo singular. Javier Anso (62 años) piensa estar en el colegio San Felipe Neri, del que es director: «Lo veremos en una pantalla grande, varios amigos, padre y profesores. Hacemos como si cobráramos una entrada simbólica aunque es un acto privado, para nosotros, pero luego convertimos esos pocos euros de cada uno en un donativo. Habrá banderas, camisetas y gritos. De los demás, yo no grito mucho. El único partido completo que he visto del Mundial fue la semifinal con Alemania, y me encantó España. Eso sí, pasé nervios y los pasaré en la final».
Rafael Cordón, de 40 años, formar parte del colectivo más sacrificado. Policías, personal sanitario, periodistas y, sobre todo, muchos empleados de hostelería vivirán el momento clave trabajando mientras el mundo se detiene.
Uno de esos sacrificados, detalla: «Me toca trabajar. En el restaurante de un hotel del Novo Sancti Petri. Estaré entre plato y plato, acercándome al lugar donde tenemos colocada la pantalla gigante. Al igual que en semifinales, la clientela es un poco más comprensiva que otro día cualquiera». De banderas, pinturas, camisetas y gritos, ni se habla. Como a otros cientos, les toca trabajar, con su vestimenta habitual y una normas profesionales que nunca se violan.
Eva Fernández, administrativa, 37 años, opta por la opción de los amigos: «Hemos quedado siete u ocho parejas en un chalé. Todos con los niños, que llevarán la equipación, la oficial o la que sea. Los mayores, iremos vestidos todos de rojo, pero no con la camiseta de fútbol. Habrá alcohol, para qué ser hipócritas. Algo para picar y muchos nervios. Los hombres son todos muy futboleros. Entre las mujeres, las hay que más y que menos, pero la emoción de una final del Mundial, la primera, nos tiene a todos nerviosos. Hemos prometido que si ganamos nos bañaremos vestidos, en alguna fuente, en alguna piscina, donde sea».
Luis Valderas (38 años), trabajador de banca, es uno de los hombres que acudirá a ese chalé. Confirma el plan de su amiga, pero añade un detalle: «Lo que es seguro es que no me pasará como en la semifinal, que me la perdí porque le prometí a mi hija llevarla a un concierto de Patito Feo, en La Cartuja, en Sevilla. Me comían los nervios. Éramos cuatro hombres adultos entre varios cientos de espectadores. Los cuatro gritamos el gol de Puyol, de un salto, en plena canción y todos los niños se nos quedaron mirando. Menos mal que en el escenario siguieron actuando como si nada».
Tampoco todo el mundo tiene tan exactamente claro qué hará. La improvisación tiene su encanto y Jesús Bruzón Álvarez, monitor deportivo, de 39 años, la representa: «La veré con mi mujer, mis niños. Acostumbramos a verlo en casa, con chucherías, gritando por la ventana los goles... Pero este partido es especial. Tenemos ganas de verlo rodeados de gente, de alegría, eso sí, con poco humo y si puede ser al aire libre. Así que seguramente nos echemos a la calle para, espero, celebrarlo después en masa. Normalmente me gusta en casa, tranquilo, pero este partido no lo hemos visto nunca y quién sabe si lo volveremos a ver».
Paloma Periñán Gómez, de 25 años, es contable. También forma parte de los que dudan: «No tengo claro donde lo veré. Seguramente en donde he visto todos los partidos, el pub Proa con mi amiga Salu, compañera de este Mundial. Cabe la posibilidad de verlo en El Puerto de Santa María, en el bar de unos amigos. La cara me la pienso pintar y ya tenemos elegidas unas pasadas rojas, del bazar cerca de mi casa. La bandera la llevo en el coche. Y, si gana, pienso brindar muchas veces por este día. En ese caso, claro, olvidarme del coche».
El sector fiel a los bares también abunda. Daniel Vázquez es un cocinero de 39 años, con restaurante en La Viña. Se inclina, siempre, por un local público, lleno de gente, atestado, en contacto con la humanidad. En este caso, será en Conil: «No soy muy futbolero pero estoy viendo el Mundial con pasión. Mi chica, los amigos y repetiremos en un bar de Conil. Se llama Forum. Tiene pantallas grandes. Buen ambiente y buenas cervezas. En la semifinal, era curioso, estábamos divididos: la terraza estaba ocupada por 80 ó 90 alemanes y, dentro, los de 'La Roja'. En la final será parecido, aunque imagino que habrá bastantes menos seguidores holandeses».
El fútbol es un deporte imprevisible, el que más. Eso forma parte de su encanto, pero es campo abonado para los supersticiosos. José Manuel Ramos, de 45 años, trabajador en una procuraduría, se confiesa maníatico hasta la médula: «Soy de los que repite ropa interior al domingo siguiente si mi equipo gana. Tengo un ritual de hacer las palomitas, a una misma hora, de la misma forma. Yo veo el partido con mi camiseta del Cádiz y mi hijo Guille, con la de España. Guille es mi talismán. El primer partido, el de Suiza, lo vi en un bar sin él y ya sabemos lo que pasó. Desde entonces, en casa y sin separarme de él. No hemos perdido. La final, igual. A su lado. Es histórico. Si ganamos... No sé. No hemos ganado nunca un Mundial».
Al otro lado, el de la contención, David Suárez, de 41 años, empresario de diseño y publicidad no usará ni camisetas ni banderas. Se confiesa «algo nervioso» ante la cita, pero se consagra a los niños: «Veré la final junto a mi pareja y sus siete sobrinos. Tienen entre tres y siete años. Son los que más disfrutan de estas cosas y me lo paso bien con ellos. Comeremos lo que los niños no quieran. De beber: cerveza sin alcohol o cola light».
Celebra los goles «saltando con los niños», pero hasta ahí: «No tengo superticiones, por mí a Paul le pueden dar la del pulpo, me da igual lo que elija. Creo en el trabajo bien hecho y en eso 'La Roja' lleva ventaja». Se muestra contrario a los rituales de celebración: «Al día siguiente, ya me da igual, tanto si gana como si pierde. El lunes trabajaré y me darán coraje las celebraciones tipo Pepe Reina. Tambien me parece una tontería llevarle la copa a la virgen o al político de turno. En esto prefiero la discrección de Nadal».
Eso no quita que una victoria suponga «mucha alegría. Este país se la merece. Le viene bien de vez en cuando».