Fiesta
La religión, la Justicia, el poder, el dinero: todo se devalúa. El fútbol sigue ahí
Actualizado:Uno puede quedarse dormido en la esquina más escabrosa y en la postura más inverosímil. E incluso en mitad del estruendo mayor. Esto que digo se hace verdad, de manera muy especial, en Pamplona durante los sanfermines. Supongo que todas las fiestas populares se parecen en algo y supongo que se imitan descaradamente unas a otras. Pero éstas han alcanzado una peculiaridad extrema: su ininterrupción. Duran 204 horas seguidas. Sin parar. 204 horas durante las cuales prácticamente todo lo que haces, lo emocionante, lo insensato, lo más o menos divertido o ridículo, lo haces bebiendo. Ya digo: sin parar. Tú y todos. Así que la gente cae cuando ya no puede más. Se desploman, literalmente. Y ahí se quedan. Hay un montón de fotos excelentes de tipos de cualquier sexo, edad y condición dormidos en los sitios y de las formas más increíbles. Podría convertirse en un subgénero fotográfico: los benditos bebedores durmientes de sanfermín. Bien, estábamos, pues, el día 7 en la Plaza del Castillo, en el centro de Pamplona, en una terraza, tomando una cerveza más, y yo hablaba de este viejo asunto con un amigo extranjero que era la primera vez que venía a estas fiestas y alucinaba en colores. Estábamos observando a una pareja dormida, un chico y una chica, tirados junto a un árbol, doblados el uno sobre el otro en una postura entre cándida y obscena que parecía inspirada en un encantador kamasutra del agotamiento. Lo curioso es que eran poco más de las ocho de la tarde y en la plaza se agolpaban varios miles de personas de todas las partes del mundo, a unos 30 grados de temperatura, esperando que empezara el partido de semifinales contra Alemania en la pantalla gigante colocada para la ocasión. Tuve la sensación de que no entendía nada.
Hay momentos en los que, sin saber por qué, te sientes repentinamente extraño en medio de lo más conocido. Y ése fue uno de ellos. Luego el fútbol volvió a exhibir, como decía Hobsbawm, su enorme eficacia para absorber las emociones colectivas y proyectar los sentimientos nacionales. De hecho, los sanfermines pasaron a un segundo plano, algo inaudito. Se produjo un tenso paréntesis de 90 minutos en las 204 horas de disolución ininterrumpible. Hasta en la corrida de toros desplegaron una pancarta en la que podía leerse: «Mátalo ya, queremos ver el fútbol». Lo decía hace poco: el fútbol se crece cuando la vida pierde 'rating'. Le sube la serotonina cuando la realidad flaquea. Y su embriaguez resulta al parecer bastante más potente que la de cualquier otra sustancia espirituosa o alucinógena. La religión, la Justicia, el poder político, el dinero: todo se devalúa y pierde credibilidad. Por fortuna, el fútbol sigue ahí. Manteniendo la farsa en pie y dando sentido a lo que no lo tiene. Si en algo podemos creer es en eso. Qué remedio.