Sustos en Pamplona
Los tres matadores resultaron cogidos, con especial espectacularidad en el caso de Francisco Marco
Actualizado: GuardarEn la corrida de Cebada vino un toro de son y aire buenos. El tercero. Guinda de una corrida cinqueña. Todos cinqueños, menos el sexto, que, plácido espíritu, tuvo menos cara que los demás. El sexto se corrió de quinto porque el festejo quedó marcado por una rareza: los tres toreros coincidieron en la enfermería después de ser arrastrado el cuarto. Al lancear de salida y fuera de las rayas a ese cuarto, Francisco Marco fue arrollado y volteado, perdió el sentido y, alarma general, fue llevado en brazos de las asistencias a la enfermería. Llevaba colgando la oreja izquierda, desgarrada no se sabe si por el garfio de la divisa o por el pitón o una pezuña del toro. En una de las camillas de la enfermería se estaba atendiendo a Morenito de Aranda de una lesión en el hombro derecho, nueva o antigua, pero resentida al atacar con la espada el torero de Aranda. Pocos se percataron de que, después de una cargante y empachosa vuelta al ruedo, Morenito de había metido a ver a los médicos.
El toro que tumbó a Marco entró en el turno de guardia de Sergio Aguilar. Se defendió y arreó, las dos cosas, y pegó muchos cabezazos. Uno de ellos fue como un zarpazo que hizo presa en la mano derecha de Sergio. Sergio despachó el toro, que fue de 600 kilos, volumen desusado en la ganadería de Cebada Gago.
No fue una corrida belicosa. Ni tan agresiva. Ni tan armada. Agrio el sobrero, rajadito de manso el segundo, bueno el tercero, de arisco genio el cuarto. De manera que no era de lógica que los tres de terna estuvieran en las sabias manos del doctor Hidalgo, cirujano jefe de Pamplona. Por el marcador electrónico se anunció al fin que «en los próximos minutos» saldría Morenito de Aranda. Casi un cuarto de hora. Salió en chaleco, que es, en torero, como en mangas de camisa. Despojado de la chaquetilla. Pero tocado con la montera de toda la vida. Se corrieron turnos, porque Aguilar hizo saber que saldría a matar el segundo de su lote. El corte de festejo fue como un puntillazo. El toro que Morenito mató casi en mangas de camisa, colorado melocotón, fue tundido en el caballo. Al toro de la corrida le hizo Morenito una faena de color, resuelta, rapidilla pero suave: de dar al toro buen trato. Y de agradecerlo el toro, que quiso todas las veces, y por las dos manos. Hay toros a los que se puede y conviene cortar en Pamplona las orejas, y éste fue uno de ellos. La gente entró en el negocio algo tarde. Por lo que fuera. La muerte lenta.
Al debut del torero de Aranda en sanfermines le faltó firma. El primero, de hechuras soberbias, se tronchó la pala de un asta al rematar de salida. Lo devolvieron. El sobrero pegó cabezazos por falta de fuerza. Buen oficio de Marco. Una estocada. El segundo cebada, capirote y ensabanado, fue el único que se perdió en el encierro. Acusó el gasto de la pelea acorralada con cabestros y pastores. Cobardón, se fue a tablas dos o tres veces seguidas. Aguilar lo enhebró con la espada en el primer ataque, pero la estocada, al tercer intento, fue magnífica.