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Mitología salvífica

JAIME PASTOR
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El clásico dilema entre ser o no ser ya no se lleva: qué más da una cosa que otra. El mundo no está precisamente para florituras metafísicas. Son tiempos de perros, como diría García Argüez. Se es o no se es, y punto: todo depende de si tienes nómina o no, de si Dios se acordó de disponer, o no, que un ángel guardián te acompañara, a ti, fulano de tal, a lo largo de tu vida. Todo es, en fin, tan extraño. Shakespeare mismo, si tuviera que escribir ahora, seguramente pondría en escena a un jefe de gobierno dolorosamente escindido entre las dos únicas opciones de las que, dicen, dependen nada menos que el presente y el futuro del mundo: gastar o no gastar, that's the question.

Al parecer, para remontar la crisis y volver a las andadas es necesario, según algunos, que los gobiernos aporten carnaza en forma de millones para alimentar y activar a los bulímicos mercados, esa bestia negra de nuestros días que exige continuos ejercicios sacrificiales de carne humana, a la manera del antiguo culto azteca. Otros opinan que no, que de gastar, nada, y castigan a la sufrida ciudadanía con el jarabe de palo de un ascetismo calvinista con la promesa de un austero tres por ciento de déficit como recta final hacia el paraíso. Por su parte, los grandes expertos en economía, con rango de semidioses, no se ponen de acuerdo en cómo deshacer esta dualidad que más bien parece la versión neocon del antiguo maniqueísmo persa.

Son los mitos salvíficos de un capitalismo con una mala salud de hierro. La sociedad del conocimiento era esto: no saber siquiera que no se sabe. En compensación, surge una nueva sensibilidad (mitad mitológica mitad interesada) que quiere prescindir de todo, puesto que nada gusta a nadie: fuera políticos, fuera sindicatos, fuera estados, fuera convenios colectivos, fuera límites al despido, fuera políticas sociales, fuera lo público, fuera autonomías, fuera impuestos, fuera Bibiana, fuera.

En la misma onda, el último G-20 acordó que para qué ponerse de acuerdo: fuera los acuerdos internacionales. Que cada país o zona vaya a lo suyo. Ya veremos qué ocurre con tan elevado índice de mitología contaminando a nuestras sociedades y tanta quincallería neocon invadiendo los resortes del poder, político o económico, que igual da mientras así lo crean los que gustan comulgar con ruedas de molino, que somos todos (y todas) mientras no se demuestre lo contrario.