Jerez

«Se ha metido y la ha matado; ojalá cojan pronto al que sea»

Emilio Tello, hermano de la víctima, la define como mujer generosa y social que ayudaba a todos sus vecinos

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Si los perros hablaran, los dos que tenía Mercedes podrían explicar que pasó en piso 2ºC del número 7 de la calle Cal y Canto, en Guillén Moreno.

Los dos caniches blancos son los únicos testigos del espanto que los investigadores policiales definen como «sangre por todas partes». Los animales pasaron toda la madrugada, del domingo al lunes, ladrando. Inquietaron al vecindario, que no había oído nada antes de los avisos caninos.

Mercedes no cogía el teléfono al que llamaba su pareja desde Madrid. Los gritos caninos alertaron a la sobrina de la víctima, que le ayudaba con la casa, cuando llegó poco antes del mediodía de ayer a echar una mano y a ver qué pasaba, por qué no atendía al móvil.

Nadie abría, los ladridos seguían. Llamó a su padre, hermano de la mujer asesinada, policía nacional. Cundió la alerta.

Al abrir la puerta, el horror del crimen en una ciudad desacostumbrada a la sangre. Nadie vivía un episodio similar desde octubre de 2006, cuando otra mujer fue asesinada en una casa del barrio de La Laguna.

En las ventanas de los altos edificios que estrechan la calle Cal y Canto había ayer muchas más ventanas con cabezas asomadas que con banderas españolas. Los vecinos iban y venían, mayoritariamente en bañador, con sillas de playa.

Tarde de ventolera, un calor impío, el eco de la tragedia se vuelve inaudible y el rumor de la normalidad, ensordecedor.

Ni llantos, ni manos a la cabeza. Caras largas ante lo incomprensible y un silencio tan espeso como el Levante. Emilio Tello era de los que más motivos tiene para estar frente a la puerta preguntándose qué ha sucedido. Es uno de los seis hermanos de la víctima, miembros de una familia criada en San Nicolás, en La Viña. No asimilaba lo sucedido. «Me la han matado. Por buena, por confiada, por querer a todo el mundo».

Explica que Mercedes era una mujer activa, comunicativa, que hablaba con todos. El dolor le hacía recordar veranos compartidos con más familiares en un chalé que la fallecida tuvo en Chiclana e, incluso, sus visitas a la aldea del Rocío. Después, regreso al golpe presente: «No sé qué ha podido pasar. Ojalá que puedan coger pronto al que ha sido. Se ha metido alguien. Aquí en el barrio hay muy buena gente, pero en cualquier sitio puede aparecer algún loco».

La puerta sin forzar demuestra que la víctima conocía a su agresor o agresora. O, al menos, que confió en quien no debía por un segundo y le dejó entrar.

Eso no le aclara nada al hermano: «Ella trataba con mucha gente de esta zona y de todo Cádiz, de los que conoció en Tabacalera, a muchas personas, ayudaba a todo el mundo. Incluso les daba tabaco por la calle a los chavales del barrio cuando trabajaba».

Hasta hace un año, Mercedes era empleada de Altadis, ahora estaba prejubilada. Había arreglado su casa. Sin hijos, tenía una vida social activa. «El pasado jueves estuvo en la fiesta de los vecinos», recordaba dolorido Emilio. Su carácter abierto recibió un duro golpe hace tres meses, cuando falleció su madre.

Hasta entonces solía ser una mujer «que disfrutaba, que alegraba a los demás». Su hermano esperaba, a dos metros del portal, al cuñado, a la pareja de la víctima, militar de profesión que estaba en Madrid cuando sucedió todo. «Me han dicho que ha cogido el primer vuelo y ya debe estar en carretera, llegando desde Jerez», aseguraba.