Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Un policía intenta contener a la multitud que quiere presenciar en la capital congolesa los actos del 50º aniversario de la independencia. :: EFE
MUNDO

Cincuenta años a la deriva

La República Democrática de Congo no ha conseguido poner remedio a su tortuosa historia en medio siglo de independencia

GERARDO ELORRIAGA
Actualizado:

«Es difícil responder a esa pregunta», confiesa Rigobert Minani, que reflexiona antes de pronunciarse sobre la naturaleza democrática de Congo. Este sacerdote y destacado activista de los derechos humanos cuenta con el recuerdo de la dictadura de Mobutu Sese Seko, el hombre que devastó al gigante en el corazón de África.

Entre 1965 y 1997, su poder omnímodo favoreció la corrupción y una represión sin límites. No. Niega. Nada que ver con la situación del país que acaba de celebrar su medio siglo de existencia teóricamente independiente. «Se han producido cambios enormes», admite. Y se refiere a la existencia de elecciones realizadas bajo supervisión internacional, una escena política muy nutrida y presidente y parlamento surgidos de las urnas.

Pero la realidad presenta claroscuros. «Los elementos de una democracia están ahí, pero, al lado, permanecen la intimidación, la tortura, los asesinatos», explica y añade que «el modelo autoritario no desaparece por celebrar unos comicios». Human Rights Watch, el organismo que vela por los derechos humanos en el mundo, asegura que en los diez años de presidencia de Joseph Kabila -la mitad con el respaldo de los votos- cientos de opositores, periodistas y representantes del tercer sector han perdido la vida en el inmenso país. Minani acudió a Bilbao invitado por la ONG Alboan para dar cuenta de esa situación.

Antes de ser un país, Congo fue una inmensa plantación de caucho, literalmente. La Conferencia de Berlín de 1885 otorgó, a título personal, el inmenso territorio al rey Leopoldo II de Bélgica, que lo explotó sacrificando su espíritu filantrópico y la vida de la población nativa, prácticamente esclavizada, en aras de la máxima rentabilidad. Aunque en 1908 el Gobierno belga asumió la administración directa, la situación no mejoró ostensiblemente y la independencia, obtenida en 1960, tan sólo demostró que los buenos deseos se guardan en sacos horadados.

Inicio sangriento

«Enseñaremos al mundo lo que el negro puede hacer cuando trabaja en libertad y convertiremos a Congo en el centro de África», clamaba Patricio Lumumba, el primer ministro de la joven república, en el alegato que pronunció el 30 de junio, el día de la emancipación. Su secuestro y asesinato, tan sólo seis meses después, también señalaron el trágico devenir del coloso con pies de barro. Pronto llegó Mobutu. Y el poder absoluto, obtenido por la fuerza de las armas, lo convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. El beneplácito de Washington, tan comprensivo con las veleidades de sus aliados en el movedizo tablero de la guerra fría, permitió el saqueo durante décadas.

Tras el tirano, la pesadilla. Comenzó como una lucha por la liberación del territorio y derivó en una contienda que dividió al continente. Fue llamada la guerra mundial africana por la implicación de diez estados vecinos en la conquista y reparto del coltán, el oro y los diamantes, entre otras riquezas naturales. La contienda alcanzó su mayor virulencia entre 1998 y 2003, aunque a finales del pasado año, el general Laurent Nkunda sacudió el este, la atribulada región de los Grandes Lagos, con la última ofensiva rebelde. El conflicto acabó con la vida de entre cuatro y cinco millones de civiles.

Afortunadamente, la paz, siempre tan esquiva, ha regresado al país. «Ya no hay guerra abierta», asegura Minani. Ahora, los conflictos son dispersos, intermitentes, se ceban en la mujeres, víctimas de violaciones masivas, o tienen lugar en el remoto noreste, donde el Ejército de Resistencia del Señor, la guerrilla ugandesa, ha abierto una sucursal a sangre y fuego, o en la región de los kivus, donde son hostigados los militantes del FDLR, descendientes de los refugiados hutus, con operaciones castrenses caracterizas por su indiscriminada violencia. Congo es tan generoso que incluso asume dramas ajenos y los vuelve propios.

Los derechos políticos se violan, los socioeconómicos ni se contemplan. «La mayoría de la población depende de la economía informal, el paro es enorme y la miseria predomina, las infraestructuras están destruidas, nada funciona», reconoce Minani. «Vivimos en un mundo construido desde el pasado», lamenta.

La sombra ruandesa

La figura de Jean Paul Kagame, el presidente de Ruanda, aparece como árbitro de la situación y su abrazo al presidente Kabila durante los pasados actos de celebración de la independencia fue recibido con júbilo por la multitud. «Él como persona no significa nada, como sistema, sí, porque es la prolongación de las fuerzas que quieren controlar nuestra riqueza minera», aduce el activista y se refiere a la pugna entre el mundo anglosajón y el francófono por ese botín, ahora con la intromisión de China y su voraz apetito de materias primas.

Quizás la historia y la mala conciencia familiar hayan pesado demasiado para Alberto II de Bélgica, invitado a la conmemoración. Tal vez pesen en su ánimo las acusaciones que atribuyen a su coronada estirpe una fortuna superior a los mil millones de euros de hondas raíces africanas. Mientras el rey observaba, Kabila asumía protagonismo y hablaba de valores morales, de paz y de estabilidad.

Tan sólo cuatro días antes de la ceremonia se habían oficiado los funerales por Floribert Chebeya, director de la ONG La voz de los sin voz, cuyo cadáver maniatado fue hallado en su coche. El pasado jueves, Salvator Muhindo, máximo dirigente de la ONG Buen Samaritano, resultó asesinado en su propia casa. El primero había acudido la víspera de su muerte a una comisaría, al segundo lo tirotearon individuos con atuendo militar. Kabila, en su discurso, llamó al respeto de la vida y al fin de los atentados y, seguramente, el público, los jefes del Estado Mayor y Robert Mugabe, también presente en la tribuna, respondieron con cálidos aplausos a palabras llenas de esperanza.