¡AY, MIRA QUÉ BIEN!
Actualizado: GuardarGalicia nunca falla. Un sitio al que regresar una y otra vez, pase el tiempo que pase, para volver a sorprenderse, para volver a enamorarse. Da igual que llueva, porque como dijo aquel, aquí la lluvia es arte. En verano o en invierno, Galicia tiene 'swing', tiene duende. Es una tierra mítica, como Andalucía, tiene algo profundo, telúrico, misterioso. Y tiene una comida. Desde Cangas hasta Vigo, dando un paseo en el famoso barquito donde el mismísimo Javier Bardem sentó sus reales posaderas en 'Los lunes al sol', llegamos a La Piedra, y es como si no hubiera pasado el tiempo, ni siquiera en los precios, que siempre sorprenden. Con nuestra exigua dieta de actores en gira -no me pregunten cómo-, nos las apañamos para degustar percebes, nécoras, pulpo, pimientos, berberechos, y una docena de ostras cada una, todo ello regado con albariño o ribeiro y con toneladas de euforia. Porque no sé si se han dado cuenta ustedes de que el marisco -que no el vino- provoca en el alma estado de alegría medio loca, casi infantil, que te exalta y te hace amar la vida. Galicia es el Paraíso. No en vano cuenta la leyenda que las rías de Vigo son las huellas que dejó Dios con los dedos cuando apoyó su mano en la tierra para descansar después de la Creación. En Galicia, una lleva cuarenta euros en el bolsillo y es una reina, y no tiene más que mirar a su alrededor para darse cuenta de que los que viven allí son unos auténticos privilegiados. Y comprende la morriña del emigrante gallego, que a miles de kilómetros de su tierra sueña a cada minuto con el regreso. Muero con Galicia. Frente a la última ostra del plato miro a mis compañeras de tablas, levanto la taza blanca de ribeiro y entono, feliz, el estribillo de 'Los Marqueses de Entrecomillas': «¡Ay, mira que bien, ay, mira que bien! Yo no tengo un duro. Pero vivo como un marqués».