Opinion

El éxito del 'Estatut'

En vísperas de las catalanas de otoño, la sentencia ensancha el guión para las sobreactuaciones

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Aunque el Gobierno se apresurase a declarar la derrota del PP en la larga batalla del 'Estatut' -la propaganda política comparte con el boxeo, desde Goebbels a Tyson, el axioma de 'quien golpea primero, golpea dos veces'- la realidad no es tan complaciente para Moncloa. Sencillamente la sentencia del TC, como los resultados electorales, se presta a las interpretaciones simplistas sobre el éxito propio y el fracaso de los rivales. Así el PSOE, cuyo líder vendía papeletas para rifar naciones, ahora presume de que sólo fallaba el 0,7% del texto obviando la trascendencia de lo anulado; el PP se anota el mérito de resistir a los disparates no ya inconstitucionales sino anticonstitucionales, aunque se enfrentaron al 'Estatut' con la táctica de los hunos arrasando con todo; el nacionalismo catalán, desde la convicción de que las ideas están por encima de la ley aunque sólo las suyas, gana combustible para diez años de victimismo con el mensaje de la «humillación»; el centralismo españolista suma estrógenos; los independentistas, que se negaron al 'Estatut', ahora exhiben su dignidad herida; y no tardarán en aparecer Laporta y Falange y demás saltimbanquis habituales en estos circos. Todos pueden proclamarse vencedores o agraviados con nuevas coartadas para nuevas guerras, como de hecho ya empieza a ocurrir. En definitiva, lo raro hubiese sido que este largo proceso lleno de sinrazón demagógica hubiese acabado con un fallo transparente al fin aceptado por todas las partes con 'fair play' democrático.

En vísperas de las elecciones catalanas de otoño, la sentencia ensancha el guión para las sobreactuaciones. Esto mete más dignidad, más agravio, más secesionismo, más soberanía, más centralismo y toda esa faramalla semántica que envenena el debate desde hace demasiado tiempo. Donde Catalunya debió apostar por la reforma de la Constitución, optó por puentearla; donde el Gobierno debió cortar esa maniobra, les proporcionó la patente de corso; donde la oposición debió apelar a la razón, aportó la coartada dialéctica con su dogmatismo a destajo; donde la prensa debía servir de contrapoder, aparecieron incluso editoriales institucionales; donde el Tribunal Constitucional debía devolver la credibilidad arbitrando con rigor, afloró la patología de las instituciones como correa de transmisión partidista; y desde luego la ciudadanía se desentendió de la astracanada no yendo apenas a votar. Todo esto tiene mucho de derrota colectiva. Claro que algunos pueden ver en esta situación un gran éxito: España sigue siendo España, la sinrazón no decae, las relaciones territoriales continúan bien emponzoñadas, los dirigentes políticos no rebajan su sectarismo irredento y la ciudadanía va a lo suyo. Es cuestión de perspectiva, como todo.