Huelga decirlo
Actualizado: GuardarEl tren podía haber llegado cuando el paro general de Renfe pero atravesó a su hora el muro de carne latina de Castelldefells. Era la víspera de la hoguera de San Juan, la noche más corta del año. La más larga para las familias de las víctimas, haciendo guardia a la puerta del hospital, del tanatorio, del infierno. Chasquea el fuego de las hogueras quemando nuestros miedos y figurines de madera tallada mientras otros figurines continúan asustándonos con sus reformas legislativas -el pesoe- y sus oposiciones absurdas y a destiempo -el pepé-.
Que ardan todos ellos con gasolina de 95 octanos, diez euros el litro. Ya lleva tiempo carbonizado lo que los pedantes llaman el «panorama político», que es como alargar la vista al horizonte y ver, en el ocaso del día, entre la marea oscura que se balancea al unísono, uniforme, universal, al enjambre de bucaneros que pretenden defender o conquistar el navío bergantín que es la Moncloa. Que ardan también los sindicatos, culpables de ese apoyo parcial y medroso al trabajador que desmerece el concepto de la izquierda más tradicional. Si la gente no puede viajar tomará conciencia de nuestro problema, dicen. ¿Ellos lo conocen? Démosle una pista: tenemos un Gobierno de presunta izquierda que dirige como el que conduce por Gibraltar: por el lado que no es. En mi pueblo -el pueblo eterno que nos dio la Constitución liberal- hay otra expresión que tiene mucho de poético y poco de gramático: conduce a contraflecha. Así va este país en el que cuando se aprueba una reforma impopular se detiene siempre al mismo etarra desaparecido hace veinte años, que trabaja como cocinero en un restaurante argentino en Belfast. Esta España en la cual la programación televisiva solo tiene un fin: que España pase de fase en el Mundial del Waka waka, Shakira mediante.
Menos mal que un tren no entró en huelga cuando debía y se llevó por delante a unos pobres muchachos que llegaban tarde y cruzaron una vía indebida. Miraron a un lado, pero no al otro. Zas, ya no hay crisis. Porque la crisis no tiene la culpa de que un tren destroce un grupo de sudamericanos, la culpa es de todos menos del gobierno, digo de la crisis. La Vicepresidenta, con su cara de mala -ella no tiene culpa, es la suya propia- y el pellejo bien planchado -ahí sí tiene alguna responsabilidad- nos recomienda a todos que miremos antes de cruzar, como si fuera la maestra de civismo viario. Panem et circenses, decían los romanos, tan antiguos como los cuentos del «Tebeo», ésos en los que nunca se dijo que una desgracia se olvidaba con otra desgracia más grande.