«A ti, tu hija, te la han quitado»
Oficialmente fallecieron, pero casi una veintena de familias cree que sus niños pudieron ser robados al nacer y estar aún vivos Afloran en la provincia las sospechas de una posible trama de tráfico de bebés durante el final del franquismo
CÁDIZ. Actualizado: GuardarJoaquina, abuela de Cristina y Flor Díaz Carrasco, sabía que el cadáver de aquel niño no era el de su nieto recién nacido y ya muerto. Algo le escamaba. Aún no peinaba canas, pero había criado a muchos nietos e hijos en su familia como para saber que aquel cuerpecito tapado con unas ropitas blancas, era demasiado grande para ser un bebé de apenas unas horas. Quizá por eso, porque no se fiaba, pidió que la retrataran con el cadáver en la morgue del hospital municipal de La Línea de la Concepción, donde le confirmaron que ellos se encargarían del entierro del bebé.
Hoy, aquella foto en blanco y negro es una de las pocas pruebas físicas que Cristina y Flor, dos vecinas de Irún, hijas de andaluces emigrantes en Guipúzcoa, conservan de la muerte del que iba a ser su hermano pequeño -murió en 1967-. Sin embargo, al igual que su abuela Joaquina, ellas también sospechan que aquel cuerpo no es el de su hermano, sino el de un sustituto, un niño sin nombre. Y que el verdadero vástago puede seguir vivo, ignorante de su origen, y educado por alguna familia pudiente que lo adoptó ilegalmente en aquellos años del franquismo, amparados por los pobres controles burocráticos, el tráfico de influencias y, sobre todo, por una buena suma de dinero, comprándolo a algún enfermero o ginecólogo corrupto. El robo y la venta de niños durante la dictadura, sobre todo en la guerra civil, es algo más que una leyenda urbana, aunque hay pocos documentos, pruebas, y ninguna investigación. Sólo sospechas.
Sin documentos ni pruebas
Aparte de la fotografía, Cristina y su hermana no cuentan con ningún documento que acredite que su hermano esté muerto, ni siquiera en el cementerio de La Línea donde le llevaron flores cada verano. «Cuando buscamos el certificado de defunción, descubrimos que su nombre no aparecía en el registro», recuerda Cristina, que hace tres años pidió el legajo de abortos que confirme aquella muerte. «Pero no responden».
A comienzos de este año, Cristina y Flor denunciaron el extraño caso públicamente, y su declaración generó una avalancha de nuevos casos de otras muchas personas, la mayoría del Campo de Gibraltar y de La Línea, que guardaban los mismos temores sobre sus hijos o hermanos, pero que habían callado por miedo a ser tachadas de locas.
En apenas unos meses, se pusieron en contacto con Cristina más de una docena de personas con historias «muy parecidos entre sí», que coincidían en el tiempo (a finales de los 60 y la década de los 70) y la región (el hospital de La Línea, la ciudad de Málaga y también en el hospital Zamacola, en Cádiz). «A todos les decían lo mismo, que los bebés habían muerto durante el parto, sin muchas explicaciones; y a muchos no les dejaban siquiera ver los cadáveres», explica Cristina.
Carmen es una de estas personas que se puso en contacto con Cristina, aunque prefiere hacerse llamar con el nombre de la patrona de su ciudad, San Fernando, para no revelar el suyo auténtico. No por vergüenza, sino que prefiere no dañar a su padre, que aún sufre cuando recuerda la muerte de su hijo y su mujer (ella por meningitis) en 1975. La enfermedad de la madre precipitó el parto y «los médicos dijeron que el niño no logró sobrevivir».
Carmen, sin embargo, teme que aquella muerte oculte una desaparición misteriosa, que pueda explicar que tampoco en su caso haya documentos que certifiquen tan extraña pérdida, por la que nadie preguntó entonces: «Mi gente estaba tan preocupada por el estado de mi madre -que pereció días después con 25 años- que no vieron el cadáver del bebé; pero ahora, todos confirman que aquello fue muy raro». La isleña comenzó a sospechar «hace cuatro o cinco meses», cuando se enteró de que su hermano estaba en una fosa común del cementerio de San José. Sin embargo, «al tratar de comprobarlo, aunque su nombre estaba allí, me dijeron que no podían certificarme donde estaba. No tengo ningún documento».
Muerte en el Zamacola
La falta de pruebas, como al resto de supuestos afectados, ha retenido a Carmen a la hora de denunciar el caso ante los tribunales, aunque sí mantiene un contacto permanente con el resto de personas de La Línea y de la Bahía, con historias solidarias: como el de Chary, también de San Fernando, o el de María Sigüenza, en Chiclana que perdió una hija hace 33 años también en el hospital Zamacola.
«Eso es que te la han quitado, me decía mi madre», recuerda María Sigüenza, que aún contempla vivo el momento en el que le comunicaron la muerte de su hija: «Yo les preguntaba por qué una mujer que había parido después mía ya tenía a su hijo y los veía entrar y salir con los ojos llorosos; entonces dije, 'alguien ha muerto', y me puse maluca».
«En mi casa nunca se ha hablado de la niña, porque parece que fue un trauma», afirma su hijo, Juan Manuel, uno de los hijos que María engendró después de perder a su primera hija, y que ha sido quien ha comenzado a rascar en las sombras del pasado familiar: «Ahora conozco toda la historia; se la llevó la matrona y dijeron que se había muerto, sin dar más explicaciones; mis padres no saben ni por qué murió. Pero mi abuela decía que ella creía que estaba viva».
A las historias de Carmen, María, Cristina o Flor se han sumado al menos otras 14 con las mismas sospechas o al menos, muchas cuestiones parecidas. Demasiadas quizá, como para no ser investigadas. De ahí que el fiscal jefe de Algeciras, Juan Cisneros, haya anunciado, en una iniciativa histórica y pionera, su intención de abrir diligencias e indagar qué ocurrió en realidad. Una búsqueda en la oscura memoria de sus protagonistas, (algunos muertos ya) no tanto para encontrar culpables, como la verdad.