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Sociedad

CANTAR DERROTA

MANUEL ALCÁNTARA
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En un poema sobrevalorado aconsejaba Rudyard Kipling que fuéramos capaces de mirar al éxito y al fracaso como a dos 'impostores'. Sin duda es una buena recomendación, pero como todas las recomendaciones buenas, muy difícil de seguir. No sé qué nos pasa a la mayoría de la gente, pero está claro que preferimos mirar como impostor al éxito: el trato con ese farsante es mucho más agradable que la relación con el fracaso, que siempre origina resentimiento. «¡Ay, de los vencidos!» es uno de los gritos más antiguos de la historia de este belicoso planeta suburbano y ahora ha trascendido al deporte. Los campos de batalla son los campos de fútbol. Lo que ha ocurrido en Francia es algo digno de estudio. Lástima que no viva Descartes, pero peor es que siga viviendo Domenech. El petardo de la selección francesa ante Sudáfrica ha determinado una iracunda reacción colectiva y todo un gran país se pregunta por su identidad.

La derrota ha puesto el broche de hojalata a algunos escándalos, incluido el motín a bordo de futbolistas, la vuelta de los clanes étnicos y la añoranza de Zidane, que creyeron que era eterno. Que nadie se pregunte si no estaremos sacando las cosas de quicio, ya que el Mundial nos ha desquiciado a todos. Quizá la culpa la tengan las trompetas que creo que se fabrican en China y son baratísimas. ¿Cómo pueden sonar tanto y costar tan poco? Su secreto es que el terco estruendo que producen no nos entra por un oído y nos sale por otro, sino que se nos queda dentro hasta un par de horas después. Los franceses se están preguntando si su selección no será el reflejo de la sociedad.

Nuestros jugadores se han afeitado las barbas para no tener que ponerlas a remojar en vista de lo que le está ocurriendo al vecino. El balón, que pudo ocultar a la paloma de la paz, puede ser una bomba.