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LOS LUGARES MARCADOS

Saramago o la honestidad

JOSEFA PARRA
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Sucede con la literatura, como con casi todas las actividades humanas y muy señaladamente con las artes, que no siempre coinciden en un mismo individuo la excelencia creadora y la excelencia personal. Todos tenemos presentes ejemplos, lejanos y cercanos, que nos sirven para ratificarnos en la idea de que el genio artístico y la integridad individual no siempre van de la mano. Y aunque ello no desmerece la obra final de esos artistas, nos hace alejarnos un paso del hombre o la mujer que la produjo.

Sin embargo, hay casos en los que ambas excelencias confluyen. Artistas cuyas obras concuerdan con vidas de esas que llamaríamos ejemplares. Personas a las que uno puede admirar en la conducta diaria como en sus producciones. Modelos de virtud civil.

El viernes pasado perdimos a José Saramago; al hombre, que no el escritor, porque entre los muchos dones que nos concede la literatura está el convertir a un ser que sueña, escribe y muere, en un eterno soñador, que sigue desvelándonos sus secretos cada vez que abrimos los libros que escribiera. Saramago era el ejemplo acabado y exacto de la convivencia de las éticas literarias y vivenciales. Honesto en su vivir, honesto en su pensar y en su escribir.

Sus libros rimaban con su vida, en una difícil concordancia de la bondad, el magisterio y la integridad. Por eso, y porque él decía que «leer es un encuentro», podemos estar seguros de que José Saramago nos va a salir al paso cada vez que volvamos al 'Memorial del convento', a 'El año de la muerte de Ricardo Reis', a 'Ensayo de la ceguera', a 'La balsa de piedra', o a cualquiera de sus libros. Y recuperaremos no sólo sus palabras, sino también su mirada, su compromiso y su honestidad. Hizo usted muy bien en no temerle a la muerte, don José.