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Cartas

Yo soy del Cádiz

JUAN MANUEL ANDRADES. CÁDIZ
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Suelo acudir a la cita del Estadio Carranza cada vez que el Cádiz juega su partido. El color amarillo es mi color favorito, el graderío anima continuamente a los jugadores para darles fuerzas y se entrega sin límites a la defensa de ese color. El fútbol no hay quien lo entienda, todo es posible, cualquier resultado puede darse, a veces Goliat vence a David y, otras veces, es David el que vence a Goliat. Intervienen muchos factores: la suerte, el equipo contrario que también juega, los aciertos y los desaciertos involuntarios, las decisiones arbitrales, los aficionados, la preparación física, el estado psicológico, días que todo sale bien y días que todo sale mal, como ocurre en cualquier situación de la vida, ya sea laboral, familiar, social. Como el fútbol es un juego, es un deporte, comprendemos aquello de que «unas veces se gana y otras se pierde», «unas veces se sube y otras veces se baja». El Cádiz es el submarino amarillo, por aquí todo el mundo sabe lo que eso conlleva, ascensos y descensos, alegrías y tristezas, optimismo y pesimismo, sonrisas y lágrimas. El fútbol es una fotocopia de la vida, días buenos y días malos, rosas con espinas. No entiendo a esas personas que se han dedicado a insultar a los jugadores, al presidente, Antonio Muñoz, y a su familia. Es un padre que tiene mujer, que tiene hijos y familia, que tiene corazón, que tiene sentimientos, que sufre más que nadie cuando el equipo está en horas bajas, que ha sacrificado su tiempo por el Cádiz, que pone su dinero por el Cádiz, que ha sacado al equipo del pozo en que estaba metido, que ha conseguido para el Cádiz « el respeto de toda España». El Cádiz ha bajado a una inferior categoría futbolística, pero su potencial humano, que es la verdadera afición, sus empleados, sus profesionales, su presidente y su consejo deben ser respetados, es lo mínimo que se pide: respeto, y, a seguir luchando para que el submarino navegue de nuevo por las aguas de la Bahía flotando airoso con los colores del sol y del mar, escuchando los cánticos animosos y entusiastas «desde cada rincón, desde cada escalón del Carranza».