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Opinion

Ni Luciferes ni San Pedros

JESÚS SOTO DE PAULA
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La salvación del hombre reside en conocerse mejor a sí mismo. Si nuestro espíritu se tolera, nuestro cuerpo envejecerá más dignamente. Nadie puede salvar al cuerpo, ni siquiera Dios. Pero si alguien puede salvar al espíritu, ése tampoco será Dios, sino uno mismo. ¿Existe algo en la vida más urgente que conocerse para salvarse? Creo que la mejor forma de conocerse es reconocer los más bajos instintos, esos que no nos alejan del animal primitivo y de la perversidad más nauseabunda. Cuando leemos noticias sobre trágicos asesinatos, terribles violaciones o inmorales robos, nos sorprendemos falsamente, nos avergonzamos impunemente; pero no somos tan diferentes de ese asesino, ni de ese violador, ni de ese ladrón. ¿Acaso no tenemos casi constantemente tentaciones inmorales? La única y miserable diferencia entre el asesino y uno mismo es que uno no lo llegó a hacer.

Yo he tenido la tentación de asesinar a alguien, en un instante de frustración demoníaca. Yo mismo he pensado fugazmente en yacer con mujeres ajenas, en un impulso de lujuriosa fantasía. Yo mismo he sentido la humanísima tentación de robar un diamante u objetos más insignificantes. Pero no hice ninguna de estas cosas. ¿Por qué? No fue por falta de valor, sino por exceso de moral, de educación, de principios, de peso emocional. Sólo estos valores me impidieron ser un asesino, un abusador o un ladrón realmente. Pero no por no haberlo hecho he dejado de pensarlo, de ansiarlo, incluso de soñarlo.

Y es que existe una muy delgada línea invisible que separa la intención del acto. Esa muy delgada línea me hace ver que no soy muy diferente de los que cometen fechorías o crímenes. Ninguno lo somos. Y en todo caso, el que comete horrores sólo es víctima de una pasión desenfrenada, o es un apasionado extremo, o es un enfermo. Pero nunca es más valiente, sino más cobarde. El que contiene sus impulsos es aquel que sabe sacrificarse por los demás, es aquel que espera a redimirse cada noche, es aquel que elige vivir horrorizado por no cumplir el deseo, y se contenta con soñarlos. Pero no, no somos tan diferentes a ningún demonio, ni tan diferentes a los ángeles. Sólo somos hombres con instinto, y sólo tenemos una vida.