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'Adeu Laporta, adeu'

Cuando vieron su error, los poderes fácticos del nacionalismo catalán bajaron el pulgar

JUAN CARLOS VILORIA
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Nunca en la historia del Barça se habían conjurado los astros de tal manera para hacer coincidir en el mismo capítulo de su historia el mejor entrenador, la mejor plantilla y el peor presidente. Ahora que se cierra el ciclo de Joan Laporta y que los propios socios han dictado sentencia condenando al ostracismo más humillante a los candidatos que representaban su herencia, se puede hacer constar ante notario. El inventor de la plataforma el 'Elefant Blau' que hizo campaña contra Núñez apoyado en la trastienda por Marta Ferrusola, con el 'narciso-materialista' de Johan Cruyff como banderín de enganche, llegó a la Masía -donde Leo dormitaba sus nostalgias porteñas- con la promesa de regenerar la sociedad deportiva. Pero en el Barça, cuyo himno dice: «Somos la gente blaugrana, da igual de dónde venimos, si del sur o del norte; ahora estamos de acuerdo porque una bandera nos hermana», lo primero que hizo Laporta fue rescatar su credo independentista de la época de Pilar Rahola y Ángel Colom. Y mostró que su verdadero sueño era la nación catalana más que la Liga española.

Laporta era inicialmente el submarino del nacionalismo de Pujol para controlar la entidad que, en un mal día, aquel buen entrenador inglés (que en paz descanse) Bobby Robson, bautizó como: «el ejército de Cataluña». En la Generalitat, donde reinaba Pujol pero el nacionalismo no movilizaba la sociedad, creían que era Núñez el problema para acercar la masa social de culés a la fe nacionalista. Y no pararon hasta que los 'españolistas' rindieron sus armas. Pero Laporta dio muestras algunos partidos después de que no pensaba ser el 'hombre de paja' de nadie. Y que de las promesas de llevar la regeneración al Barça, de levantar alfombras y catalanizarlo, únicamente cumplió la última. Mientras emplazaba a los jugadores a sumarse a la inmersión lingüística, sus vicepresidentes le acusaban de mandar a espiarlos, y como buen 'Elefant Blau' casi se carga la vajilla.

Cuando se dieron cuenta de su error los poderes fácticos del nacionalismo catalán bajaron el pulgar. Se salvó de la moción de censura por un puñado de votos y la sombra de Guardiola. Pero estaba condenado. Y como un barco a la deriva fue dando bandazos hasta estrellarse en el acantilado de unas elecciones en las que su protegido no llegó ni al 2%. El gran triunfador, Sandro Rosell, no tiene un discurso como el de su antecesor -entre 'maulet' y chuleta de las Ramblas- pero tiene convicciones. Su primera declaración anunciando su voluntad de desterrar los «ismos» es todo un programa. Y parece representar el regreso del Barça al espacio transversal donde pueden coincidir los culés del norte y del sur de la política y la geografía, del Paralelo y la Diagonal, de La Mancha y del Canigó. Como debe ser.