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El juego de pelota en la ciudad de los truenos

El Tajín, en la costa norte del Golfo de México, fue escenario de un deporte en el que muchos quisieron ver un ancestro del fútbol

MIGUEL LORENCI | Enviado especial a EL TAJÍN (MÉXICO)
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Tajín es el dios de trueno y tiene su santuario en el mexicano estado de Veracruz. La ciudad de El Tajín, el lugar de los truenos, es un impresionante yacimiento arqueológico de casi diez kilómetros cuadrados en el que perviven monumentales vestigios de lo que fuera una esplendorosa ciudad plagada de pirámides rituales del pueblo de los tres corazones, la etnia totonaca. Allí, durante mil años se practicó un juego de pelota en el que muchos quisieron ver un ancestro del fútbol. Nada que ver. Ni por asomo, como aprendieron en su visita al Tajín los casi trescientos curiosos adolescentes de la Ruta Quetzal BBVA 2010 que, atentos a lo que se cuece en el mundial de Sudáfrica, recorrieron esta reserva arqueológica precolombina, declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad en 1992.

Mientras el mundo mira a los Cristiano Ronaldo, Messi, 'Niño' Torres y tantos y tantos astros del balompié que en la era digital buscan fama, dinero y la aclamación de las masas globales en Sudáfrica, a miles de kilómetros al oeste, los jóvenes ruteros aprendieron que el premio a los grandes jugadores de pelota totonacos era pasar a mejor vida. El mejor jugador, el que lograra hacer pasar por un aro -quizá de piedra y situado en alto- una pelota de caucho de más de dos kilos y medio de peso el mayor número de veces, tenía como premio el sacrificio de su propia vida y un lugar asegurado en el paraíso.

Un sacrificio mediante decapitación, degüello o evisceración que aceptaban de buen grado y con orgullo aquellos fornidos y esforzados jugadores de pelota que no podían golpear la bola con el pie, las manos o la cabeza. Estaban obligados a dominarla con el torso, la cadera, los hombros, las rodillas, los codos y la espalda.

Estos extraordinarios seres que jugaban para morir y obtener de los dioses lo mejor para sus pueblos, mostraban sus habilidades en una de las diecisiete canchas de pelota que aún conserva el monumental complejo arqueológico, situado a media hora de Papantla. Morir en el campo de juego era el mayor premio posible. El inicio de un viaje hacia el sol del que regresarían convertidos en un ave de paraíso. Un viaje que aún escenifican sus descendientes en el ritual de palo volador, auque su descenso terrenal es desde un máximo de 30 metros.

Esplendor y caída

Junto a esa veintena de estrechos campos de pelota jalonados de tribunas de piedra, se han excavado 41 pirámides rituales de muy distintas alturas, morfología y decoración. La más espectacular de todas es la de los nichos. Se calcula que quedan sin excavar bajo los montículos a los que cerca la jungla casi otras 170 construcciones piramidales. Son todas edificaciones rituales para las ofrendas y ceremonias de purificación casi siempre sangrientas que el pueblo totonaco ofrecía a sus deidades para asegurarse alimento, buenas cosechas, y lluvia que garantizara la fertilidad de su tierras.

El Tajín, la ciudad más grande de la costa norte del Golfo de México en su tiempo, fue un lugar esplendoroso durante casi un milenio, entre los años 300 y 1200 de nuestra era. Se supone que la superpoblación de un enclave que llegó a albergar a más de 30.000 almas fue lo que marcó el camino de su desaparición. Estaba totalmente deshabitado y semienterrado por la jungla cuando lo descubrieron los españoles que tomaron a sangre y fuego estas tierras en el siglo XVI. Unos conquistadores que decidieron mantener en secreto su hallazgo, algo crucial para que se haya mantenido hasta nuestros días gracias a las excavaciones iniciadas a mediados del siglo XX.