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Sociedad

INCÓMODO Y COHERENTE

Se va justo en el año en que parece más claro que es el capital el que determina el curso de la Historia

LORENZO SILVA
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Se ha ido uno de los últimos hombres coherentes. Es posible que otras cualidades le sean discutidas, en función de las simpatías y los gustos de cada cual. Pero esa, nadie puede. José Saramago decidió hace mucho tiempo ser comunista y se ha muerto siéndolo, en este año, 2010, en que quizá termina de certificarse en Europa la liquidación de ese ideario. Ha venido a dejarnos justo cuando parece más claro que es el capital y nada más que el capital, con sus necesidades y hasta con sus caprichos, el que determina el curso de la Historia. Se va cuando el país en el que vivía, por concienzuda elección (y es que todo en él era así, concienzudo), inaugura una nueva era, con el principio del desmantelamiento de los derechos que sus correligionarios ayudaron a conquistar para los trabajadores, y que en el nuevo escenario adquieren pátina de muebles viejos.

Pero al margen de su convicción y su manifestación política, Saramago era, por encima de todo, escritor. Un escritor tardío, o mejor dicho de tardía notoriedad, lo que no le impidió lograr la proeza de convertirse en el primer (y único) Nobel de la lengua portuguesa. Quizá eso le ganó alguna ojeriza, y quizá esa mal disimulada envidia anduviera detrás del incidente con 'El Evangelio según Jesucristo', que le llevaría a fijar su residencia en España. No era Saramago un hombre cómodo, ni que se acomodara, y eso le llevó a expresarse con valor siempre, quizá en alguna ocasión con poca fortuna, pero sin ponerse nunca de perfil.

El lector conoce sobre todo sus libros últimos, fluidas alegorías. Pero para algunos, será siempre el autor de 'El año de la muerte de Ricardo Reis'. Un libro difícil, que en este 2010, el año de la muerte de José Saramago, se antoja ineludible releer.