Opinion

Saramago, el hombre ibérico

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José Saramago siempre fue un portugués enamorado de España, uno de los raros especímenes ibéricos que son capaces de trascender de la división política peninsular y que, por su eminente dimensión, arraigan en la totalidad del solar común. Su figura, polémica y de indudable grandeza literaria, pasará sin embargo a la historia por haber sabido dar una voz potente a esa cultura común hispanoportuguesa que viejos nacionalismos trasnochados se empeñan en silenciar. Saramago, un activista que vivió quijotescamente trabajando a favor de las causas perdidas, tuvo una vida azarosa y autodidacta hasta que en 1980 publicó su primera novela de éxito, 'Levantado del suelo', que ya marcaría un camino ininterrumpido de notoriedad creciente. En 1986 apareció 'La balsa de piedra', una metáfora en la que la Península Ibérica, desgajada de Europa, va a la deriva por el Atlántico. Toda su obra pertenece en realidad al rango de la literatura política: la estética en Saramago ha ido siempre de la mano de sus valores, de la ideología. Se le concedió el Nobel de Literatura en 1998 y murió ayer en España junto a su compañera. Fue un hombre honrado y coherente. Descanse en paz.