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EL PERFIL

MARILUZ CASARES ROJO

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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Si, cuando nos cruzamos con Mariluz por cualquiera de nuestras calles, nos llama la atención la seguridad que imprime a sus pasos y el vigor del que va haciendo gala, mucho más nos sorprende su firmeza y su vitalidad cuando nos paramos con ella y trabamos una conversación, por muy breve que ésta sea. En contra de todos los estereotipos creados por una tradición machista, esta profesora de Pedagogía, con sus palabras seguras, con sus actitudes recias y con sus comportamientos coherentes, constituye uno de los mentís más elocuentes de esos prejuicios trasnochados que dibujan el perfil femenino con trazos delicados, frágiles y endebles.

Mariluz es una mujer fuerte que, para alcanzar su cualificación académica y para acreditar la autoridad de su voz independiente, no ha necesitado apoyarse en las plataformas de camarillas de intereses y nunca cayó en la tentación de entonar seductores cantos de sirena. Su fortaleza, su agudeza crítica, su firmeza, su versatilidad, su libertad, su seriedad profesional, su autoexigencia y su disciplina intelectual constituyen los avales que la acreditan como una profesora al servicio exclusivo de sus alumnos.

Apoyada en convicciones profundas, la calidad y la claridad de sus conceptos, el rigor de sus modelos científicos, éticos y religiosos y la transparencia de su lenguaje, son permanentes invitaciones para que unamos el trabajo y la vida, para que busquemos sin desmayo la verdad posible y para que optemos con decisión por los valores trascendentes. Es posible que algunos de sus compañeros se sorprendan, se extrañen y hasta se escandalicen por los rasgos que a sus amigos nos resultan el mayor encanto: su travesura ingenua, su apariencia locuaz, su sinceridad subversiva, sus destellos de espontaneidad y, en una palabra, su valentía para romper con las falsas imágenes y con los papeles estereotipados de las mujeres profesoras. Tengo la impresión, sin embargo, de que, aunque ella es consciente de que hoy el tiempo vuela con la velocidad de los reactores ultrarrápidos, y a pesar de que posee la serenidad de la madurez, conserva la cándida ingenuidad de la infancia, el entusiasmo de la juventud y el vigor de la edad adulta y que, incluso, aún mantiene intactas todas las aspiraciones que alentó desde que adquirió el uso de la razón. Y es que Mariluz está convencida de que, cuanto más años cumple, mayor capacidad posee para profundizar en las ideas, para ahondar en los sentimientos, para saborear las experiencias vividas.