«Lo más importante siempre puede decirse de una forma clara»
CÁDIZ Actualizado: GuardarÁngel Mendoza (El Puerto, 1969) escribió ‘Pájaro negro’ para contarse a sí mismo «lo que supone perder a alguien tan cercano como un padre». Quiso convertir ese dolor y esa perplejidad en poesía. Es decir, transmitir no sólo su propia desolación, «sino la de cualquiera que se acercara a estos versos». El libro, que obtuvo el Premio Ecoem 2009 y que edita La Isla de Siltolá, se presentará esta tarde en la Asociación de la Prensa de la mano de Juan José Téllez.
El poemario, dice Mendoza, surge «de ese jirón biográfico» que le hizo ser, de golpe, más consciente no sólo de «nuestra condición de seres finitos, terminales, con inevitable fecha de caducidad, sino de que todo – las cosas, los proyectos, las ideas– vive un irreversible viaje hacia el acabamiento». «Y también de mi recién estrenada cuarentena, y, seguramente, de esta crisis que nos está dejando a todos tan hechos polvo, tan depresivos y deprimentes».
Formalmente, Mendoza no se mueve mucho de las coordenadas estéticas de sus libros anteriores; «Sigo defendiendo, y practicando, que el poema, como escribió Auden es ‘habla memorable’, que lo más importante siempre se puede decir de forma clara, aunque elevando la lengua de cada día a una altísima expresividad: el poema tiene sus reglas y hay que respetarlas y saber saltárselas al mismo tiempo». Por eso, explica, «en el interior de los poemas no está, sería imposible, la persona que publicó su último libro de versos hace casi cinco años, hay más madurez y se nota, porque un poema es reflexión, pero también reflejo».
El autor se confiesa, entonces, defensor de una poesía accesible, «que se entienda igual que se entiende una carta comercial, como dijo Gil de Biedma, pero que, al mismo tiempo emocione, se eleve sobre lo común y convierta lo fugaz en esencial.» ¿Cómo? «Intensificando propiedades que en la lengua hablada no son imprescindibles: enunciación medida y rítmica, juegos fónicos y acentuales, rima, matices connotativos. Aunque como bien dejo dicho Luis Cernuda ‘en la morada de la poesía hay muchas mansiones’. Todas son respetables, por supuesto».
El escritor portuense comparte obsesiones con sus propias palabras. «Como cada vez veo menos distancia entre quien escribe, quien firma y quien habla en mis poemas, las obsesiones de los versos son más o menos las mías: el extrañamiento de estar vivo, los otros como infierno y paraíso, el paso del tiempo y, como ya he dicho, la huella de ese transcurso y sus cicatrices, en aquello y aquellos que más me importan».
Mendoza divide sus influencias entre la que ejercen «los poetas de antes, que son ya los de siempre», como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Francisco de Quevedo, Bécquer, Cernuda, García Lorca, Rosalía de Castro, Neruda, Alberti… «Y los de ahora, que algún día serán también de los de siempre», entre los que incluye Joan Margarit, José Mateos, Eloy Sánchez Rosillo, Felipe Benítez Reyes, Antonio Carvajal, José Manuel Benítez Ariza, Julio Martínez Mesanza, Miguel D´Ors, Amalia Bautista, Luis Alberto de Cuenca…, «Y corto porque sé que las entrevistas se tienen que acabar en algún momento».
El autor de ‘Pequeñas posesiones’, ‘Cercanías’ y ‘Huellas de elefante’, entre otros, recuerda que empezó a escribir porque le ayudaba a asimilar «un montón de experiencias desasosegantes que ni entendía ni quería entender, porque cuando me expresaba en verso la gente me hacía más caso, por querer arrancarle a la vida esos pocos destellos de verdad que han conseguido extraerle los buenos poetas, y porque, de niño, pasó por mi barrio un señor con pinta de marinero excéntrico que me dibujó en una servilleta una paloma y que resultó llamarse Rafael Alberti». Y afirma: «Creo que las razones no han cambiado mucho; incluso aún espero, cuando vuelvo a mi vieja plazoleta, ver cruzar la camiseta rayada de aquel lobo de mar con melena de plata».