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La lección del torero

Y si el político en que usted y yo estamos pensando, en un alarde de vergüenza torera, reconoce todo lo que está pasando

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Con muchos aficionados a la ceremonia de los toros -a ver si dejamos de llamarle lo que no es, o sea una fiesta-, mantengo que la tauromaquia es una actividad cargada de resonancias y sensaciones que terminan siempre en el corazón unas, en la razón otras. Es una escuela en la que los que imparten lección no lo saben. En los toros se retratan los hombres y se perfilan las conciencias con tremenda facilidad. Don Juan Belmonte, el padre del toreo moderno que hoy no se sentaría en un tendido, le dijo al periodista Chaves Nogales esta verdad: se torea como se es. Y se escribe como se es también, y se habla, y se viste, y se come, y se lee como se es.

Les quiero hablar de alguien que era torero y ya no. O sí, que diestros hay que dicen que ese oficio es como el de cura: te morirás siendo lo mismo que el día que te consagraron en el altar o en la tierra rubia del ruedo. Así se morirá Christian Hernández, un joven que hace unas tardes hizo ¡fu! y se cortó la coleta. No quiso matar el toro. Le dieron los tres avisos, no los escuchó. El empresario le recordó sus obligaciones: «coge la muleta y mata al toro». Pero no le escuchó. El presidente le recordó el reglamento: «has de saber que el artículo tal y tal.» Pero no le escuchó. Hernández lidiaba en la Monumental de México su segundo toro cuando el vértigo entró en su cuerpo y el terror se instaló en su alma. Dejó ir al toro. No pudo matarle. Y dijo así: «Hay que tener huevos para ponerse ante un toro, y a mí, me faltan».

Verán, hay que ser muy hombre y, ustedes perdonen el adorno procaz, tener los huevos que dice el torero que le faltan para hacer lo que hizo. Reconocer que no vales, que tienes miedo y que éste te supera no está al alcance de muchos.

Ahora mire usted a su alrededor. Piense a quién le pasa lo mismo que a Christian Hernández. Piense a quién le han dado uno, dos, tres avisos y se ha dejado el toro vivo. Y piense en quien no atendió las indicaciones del empresario, ni del presidente de la plaza. Y piense en quien tras esto termina avergonzando al público que, espantado, no da crédito a lo que ve.

Y repare en si el político en que usted y yo estamos pensando, en un alarde de vergüenza torera, habría tenido el valor de reconocer que todo lo que le está pasando le sobrepasa. Que no puede con ello. Que ya no puede engañarse más. Que lo intentó y fracasó. Dígame si lo imagina cortándose la coleta del poder. Dígame si lo imagina dejándose los toros vivos tras escuchar los tres avisos. Le diré que sí. Y le diré más: terminará como el torero, detenido en la comisaría. Detenido en la comisaría a la que van los políticos agotados, amortizados. Aquellos que no saben apreciar que su tiempo ya no es el suyo. Y que cortarse la coleta es un acto de valentía. En los toros y en la política.