Maradona personifica la exaltación patriótica de los argentinos en cada partido. EFE
UN DÍA EN SUDÁFRICA

Un respeto a los clásicos

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Si hay una norma de obligado cumplimiento en un Mundial es la del respeto a los clásicos, a ese pequeño grupo de selecciones que un día alcanzaron la inmortalidad y, desde entonces, habitan en el Olimpo. Hablamos en primer lugar de Brasil, Italia y Alemania, las tres grandes, pero también de Argentina, Francia e Inglaterra, incluso de Uruguay, aunque sus títulos sean de otra época y los charrúas actuales poco o nada tengan que ver con sus mitos precursores: Scarone, Máspoli, Varela, Schiaffino, Ghiggia... Pero en la historia se está o no se está, y ellos siguen estando, por mucho que su presente nada tenga que ver con su glorioso pasado.

La importancia del clasicismo afecta a España, que no deja de ser una firme aspirante a la nobleza. No haber ganado nunca un Mundial, es decir, no ostentar la condición de clásico es quizá la mayor desventaja de la selección nacional en esta Copa del Mundo. Lo reconocen los propios jugadores españoles, que se saben mejores que casi todos sus rivales, pero nunca se olvidan de recordar, como si ello fuera un estigma que les obliga a la humildad, que España nunca ha hecho nada en un Mundial.

Al cronista le parece que ser un clásico es también un estado moral y da más confianza que ser millonario. Cuando ves en un Mundial a los jugadores de esas selecciones aristocráticas te das cuenta de que disponen de un plus anímico que les viene del pasado, como la herencia de un abuelo millonario. Klose sólo se parece a Uwe Seeler o a Gerd Müller cuando sueña, pero sale al campo en un Mundial y es otro hombre. Parece mucho mejor de lo que es. Se agranda. Y qué decir de Cannavaro, un futbolista que sólo puede jugar en Italia. Ya apenas alcanza a saltar y su falta de velocidad es patente. Eso sí, nadie como él para ocultar sus debilidades y seguir compitiendo como un tigre cuando se pone la 'azurra'. En ese momento sabe que no sólo representa a un país sino a una estirpe de leyendas que le antecedieron: Riva, Mazzola, Fachetti, Scirea , Baressi... De su recuerdo recibe una fuerza extraordinaria.

Otra cosa bonita de los clásicos es que comienzan a forjar sus propias tradiciones en la Copa del Mundo. En su estreno, por ejemplo, Italia jugó muy mal y empató ante un rival menor como Paraguay. No dirán que eso no es fidelidad a unos principios. Alemania, por su parte, dejó a los pobres australianos en un estado que a uno le recordó al del protagonista del cuento de 'El pozo y el péndulo', de Poe, por citar a otro clásico. No dirán que eso no es fidelidad a un estilo. En el caso de Inglaterra, sus problemas para poner los deseos de la nación a la altura de la realidad de su equipo nacional volvieron a quedar demostrados ante Estados Unidos.

Y qué decir de Argentina, cuyos futbolistas y cuyo seleccionador siguen viviendo los partidos como si llevaran el escudo de la albiceleste hundido con clavos en el pecho, en un estado de exaltación patriótica que no desmerece al de Rattin en el estadio de Wembley. Recuérdenlo: el capitán argentino tardó diez minutos en abandonar el campo tras ser expulsado, sacando de quicio a 70.000 ingleses. ¡Qué grande! Cómo son los clásicos!