Cartas

Crisis, esa palabra fea

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Ya nos hemos hartado todos de la palabra fea del siglo, todavía tan joven: la crisis. Estamos cansados de escuchar esta palabra antipática a todas horas del día, de la cual uno no se puede escapar. Falta ver el primer telediario por las mañanas o leer la portada del periódico y ya estás servido para el resto del día. La palabra duele tanto porque no hay soluciones a la vista; nos sentimos como náufragos en un bote salvavidas sin remos, a merced de las olas que vienen de todas las direcciones; recortes del salario, de las pensiones, reforma laboral y para los muchos que se han quedado sin nada: la suspensión de subsidios por desempleo. Todos estos son remedios insuficientes y sobre todo injustos, no nos han dejado sólo sin remos, sino además nos han atado los brazos. La simple mención de la palabra maldita nos recuerda que nos hemos hundido en ella sin nuestra culpa, que el capitán (el capital) nos metió en esto y él mismo abandonó el barco primero, dejándonos pagar el pato. Por eso la palabra nos llena de rabia, sabiendo que el dinero está en alguna parte, que no se ha esfumado por arte de magia, que el intocable capitán se está forrando en este mismo instante mientras nosotros estamos cada día más pobres. Pero la sangre no puede hervir eternamente, la ira se cansa rápidamente y deja sitio a la gran depresión en la cual nos encontramos ahora, sabiendo que las soluciones profundas no llegarán. El invisible capitán seguirá al mando, no hay manera de echarle a la calle como a nosotros. Por eso eslóganes como 'Hay que aguantar el chaparrón', que nos deben llenar de optimismo, consiguen lo contrario. No somos tontos. Sabemos que el chaparrón durará toda nuestra vida, que no es una pesadilla pasajera. Estamos tan hartos de esta palabra tan fea, pero no hay otra.