Cien años
Actualizado:Al PSOE le van bien los centenarios, aunque sea en medio de una crisis terrible que tambalea el futuro del partido gobernante. Hace años tremolaron el slogan aquel de 'Cien años de honradez', al que Ramón Tamames le añadía jocosamente: «sí. Y cuarenta de vacaciones». Aquellas largas vacaciones del PSOE en el franquismo terminaron cuando empezaron a llegar los fondos de ayuda de los socialistas europeos, Olof Palme y compañía, que vieron como sus compañeros españoles se batían el cobre contra Franco, llenando de pintadas unas inexistentes calles de inexistentes ciudades españolas, que eran en realidad tapias blancas de algunas fincas de ilustres apellidos socialistas sevillanos. Aquel farol sirvió para que los dineros comenzaran a llegar a los jóvenes socialistas, y se iniciara el cambio generacional. Ahora casi parece que sucede lo contrario. Con motivo del centenario de presencia del socialismo en el Congreso, porque hace cien años que Pablo Iglesias obtuvo escaño, Felipe es aclamado antes de su intervención en el acto, y casi le cuesta trabajo hablar por los aplausos. A su lado Zapatero se empequeñece de un modo pasmoso, hecho que muestra que aquel cambio en el que un día apareció el actual presidente, tenía los pies muy de barro, porque no hubo tiempo de encontrar un sustituto a Felipe. En realidad, la historia del socialismo español reciente, con las apariciones e idas y venidas de González, es la historia del subconsciente colectivo de un partido que sigue en el fondo pensando que como Felipe no hubo, hay o habrá líder. Que quizá su despedida, tras ser derrotado por Aznar, fue un hasta luego que muchos anhelaban. Aquella derrota que nunca perdonaron ni González ni el socialismo en general, porque vino de la derecha canalla, aparece hoy de nuevo revestida de crisis y mala gestión, cuando entonces venía sumida en la corrupción y el crimen de Estado. Para conjurarla, nada mejor que tirar de simbología y de nostalgias, aunque ya no quede nada de aquel socialismo primigenio. Y echar mano de las viejas glorias, que lo tienen muy fácil cuando quien está enfrente pierde cada día la batalla del liderazgo ante los españoles.